“Es posible que los imperios formen parte del pasado en su forma histórica, pero no está claro en absoluto que la alternativa más deseable sea el sistema actual, en el que unos doscientos Estados-nación reclaman su soberanía y tienden hacia la uniformidad étnica. Esta parece una receta para un conflicto interminable, tanto entre los estados como en el interior de ellos”. (Krishan Kumar).
Seguro
que hay una manera de estudiar el pasado que nos desenganche de la
emoción política y, ya puestos, de las adherencias de la identidad
y sus sesgos. El pasado no puede ser una losa, tampoco un trampolín
para la exaltación nacional. La España de los siglos XVI y XVII
está ahí, no se puede soslayar. Es un antecedente del Estado en el
que vivimos. Aquella época puede ser considerada como la época del
‘Imperio Español’ o bien como la de la ‘Monarquía hispánica’,
según la escuela historiográfica hacia la que uno se decante.
Recientemente Elvira Roca ha procurado salvarla del oprobio de la
leyenda negra. Alguien podría verlo como una operación de limpieza
interesada del nacionalismo español o bien, otros, como un
contrapeso a la constante del complejo de inferioridad que los
españoles arrastran. Podemos acudir a otras visiones. Por ejemplo la
que ofrece el historiador británico Krishan Kumar en su libro
Imperios. Cinco regímenes imperiales que moldearon el mundo.
No le dedica muchas páginas en comparación con otros imperios y
además subsume su historia dentro de una unidad mayor, el Imperio de
los Habsburgo. Kumar resume los puntos de vista de historiadores que
han dedicado su vida académica a estudiar el vasto imperio español,
Anthony Pagden y John Elliot. Es un punto de vista neutro, objetivo,
con luces y sombras, pero muy alejado de la negra visión que durante
las últimas décadas hemos tenido de esa parte de nuestra historia.
En muchos puntos coincide con Elvira Roca, por ejemplo que en ese
imperio nunca se habló de colonias, que la Nueva España era un
reino como los demás dentro de la Monarquía Hispánica, que el
motivo que le llevó tan lejos, que le hizo perdurar no era el
expolio y la destrucción sino un proyecto ideológico que era la
continuidad del imperio romano, bajo el designio cristiano, que como
imperio con tal objetivo se preocupó como ningun otro del bienestar
de sus súbditos, de la aplicación de la justicia, en cualquier
parte del mundo donde estuvieren. Así, por ejemplo, da valor a la
controversia de Valladolid que no fue meramente académica sino que tuvo un sentido práctico al influir en las Leyes de Indias. Se diría que la visión de estos
historiadores británicos sobre esa época de la historia no es tan negra como nos habíamos creído.
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