jueves, 11 de octubre de 2018

Utsonomiya. Nikko



             De vuelta a la isla de Honsu. Llueve en Utsonomiya. En la cercanía del hotel, un barrio de casitas bajas con letreros coloristas, pequeños restaurantes, bares, tugurios. A la puerta, grupos de jóvenes de ocupación indefinida. Hablan, ríen, bromean, dicen cosas a chicas que pasean solas. De vez en cuando sale al paso una mujer, con atuendo no necesariamente señalado, dice algo en su idioma, educadamente, y al ver falta de interés se retira, educadamente. No parece haber muchos clientes en la noche de este miércoles. Si me alejo de este barrio, las calles se van vaciando y oscureciendo. De pronto, en una calle no muy iluminada, una gran librería de varios pisos. Todo, letreros, libros, está en japonés. Paso los dedos por portadas, hojeo el interior, los textos en horizontal y vertical con grafía incomprensible para mí, pero indudablemente bella. Busco un libro para regalar pero soy incapaz de distinguir secciones, nombres. Hay gente joven que pasea y trastea como yo entre pasillos y estanterías. Una planta está dedicada al cómic. No me hace falta entender nada para participar del silencio de este templo nocturno.

Nikko

El periodo del shogunado tiene cuatro dinastías, la última, la del clan Tokugawa, fue fundado por Ieasu. En el santuario de Toshogu, en Nikko, está la tumba del fundador, muerto en 1617, en la época, pues, del segundo Quijote. El santuario fue construido por su nieto en 1637. Es un vasto conjunto de edificaciones en madera de un barroquismo que compite con el europeo de la misma época.
Vamos de Utsonomiya a Nikko para ver la gran cascada. Subimos las 46 curvas hasta el lago. Llueve sin cesar, es una lluvia fina, respetuosa, como si se excusara por mojarte. Desde el ventanal del restaurante las ramas del otoño caen sobre el lago. Durante unos segundos el sol las ilumina antes de que vuelva la lluvia. En esas condiciones, no podemos ver la cascada.

Sólo estruendo,
niebla en la cascada.
Es el otoño.


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