jueves, 11 de octubre de 2018

兼六園 - 白川郷 (Kenroku-en; Shirakawago)


Salí de la corte
con niebla vernal
y sopla aquí
el viento de otoño;
paso de Shirakawa.
(Nōin, s.XI)

        El jardín de Kenroku-en, en Kanazawa, poco tiene que ver con el bosque transformado en jardín de Onuma. El de Kenroku-en responde mejor a la tradición del periodo Edo y su idea de la construcción del jardín perfecto. Un jardín donde el artificio no es un defecto sino, al contrario, el elemento vertebrador y el que le da sentido. Uno entra en ese jardín para admirar un pino Karasaki domeñado como una escultura de Policleto o para ver a través del agua limpia las piedras rodadas del arroyo como en una pintura prerrafaelita. Es decir, entramos en un museo de naturaleza esculpida. Para que el efecto sea mayor, sus artífices contemplaron el espacio del jardín entero como espacio cerrado al modo del hortus conclusus renacentista, separado de la vulgaridad del entorno y cercano al paraíso. El silencio interrumpido por el suave fluir del agua en los canales y bajo los puentecillos y por las diminutas cascadas crea la atmósfera para el lento pasear por superficies curvas y la leve sorpresa que nos aguarda tras cada recodo o cambio de nivel. Pero hay algo que nos impide el disfrute tal como previó su diseñador, el agolpamiento del turista que desvirtúa y mata todo cuanto mira y fotografía. Sí se tiene la impresión, de hecho como en un museo, de que hemos entrado en un mundo antiguo en el que un montón de operarios, cuesta llamarles jardineros, que rastrillan la grava  de los senderos, que recogen las hojas caídas, que barren el fondo de los canalillos para que los cantos reluzcan bajo el agua o que podan las ramitas sobrantes de los pinos, se empeñan inútilmente en preservar.


En la capital
vi que verdeaban,
aquí se esparcen
sus hojas rojizas:
paso de Shirakawa.
(Minamoto Yorimasa, 1104 - 1180)

      Bonito es la palabra que mejor define esta naturaleza sacrificada. Algo parecido podría decirse de la aldea de Shirakawago, aunque aquí lo que se quiere preservar es una cultura casi desaparecida, unas casas tradicionales de madera, de estilo gassho-zukuri, propio de esta parte de Japón, con techumbre de paja, que fueron traídas aquí para salvarlas de la inundación de una nueva presa. Despojadas de sus antiguas funciones, vaciadas de la humanidad que les dio vida emergen como fantasmas entre el río y el bosque, como recién salidas de un cuento infantil.

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