viernes, 19 de octubre de 2018

Tokio



Hierbas de estío:
ruinas son de sueños
de paladines.
(Basho)

          La ciudad es un fluido. Tokio es enorme, cada barrio, Ueno, Asakusa, el templo de Sesonji, Akihabara, tecnología, Sinagawa, cool, Shibuja, pasos de cebra cruzados, Harajuku, juvenil, Shinjuku, rascacielos, más tecnología, Ikebukuro, Ginza, la moda a lo 5ª Avenida, tantos, cada uno una ciudad habitada o recorrida por japoneses interiormente apresurados, exteriormente respetuosos, presentes en las hora punta, ausentes entre horas, salvo ancianos que se ofrecen a ayudar al perdido (curioso fenómeno el de los ancianos voluntarios para hacer mil labores) y niños ordenados con sus maestros a todas horas, en todo lugar, y, sin embargo, distintos, con personalidad propia, se podría decir, por sus edificios diferentes o sus parques o sus calles. Sorprende la capacidad del homo sapiens para la diferencia y el cosmopolitismo, pero también para hacer lo mismo, repetirse, caer en el rito, en la rutina y para ser tomado como presa. Somos libres y esclavos casi a un tiempo.

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