Limpia es la luna
en la arena que esparcen
los peregrinos
(Basho)
Todo el mundo conoce la silueta del Fujiyama, más correcto Fujisan, aparece en las vistas de los paisajistas clásicos, p.e las de Hokusai. Es difícil verlo limpio, sin nubes, aunque con paciencia puede uno esperar a que se abran. Pero qué es el Fuji para la cultura japonesa. Partamos de que Japón ya no es lo que alguna vez fue. Los japoneses creían que los montes estaban animados, los ascendían esperando encontrar la manifestación de un espíritu o un dios a la vuelta de cualquier recodo. De entre todos, el monte espiritual por excelencia era el monte Fuji. Existía, existe un sendero, el Yoshidaguchi, por el que, en el periodo Edo, se ascendía a la cima. Está dividido en estaciones que se van superando. Era un camino espiritual, incluso místico. Quedan los restos de los pequeños templos o casas de te que se levantaron a los dioses y diosas que se aparecieron a los peregrinos, en los que había estatuas de bronce, por ejemplo, de la diosa Saravasti (Benzalten), a la que las mujeres tocaban para tener una buena concepción.
en la arena que esparcen
los peregrinos
(Basho)
Todo el mundo conoce la silueta del Fujiyama, más correcto Fujisan, aparece en las vistas de los paisajistas clásicos, p.e las de Hokusai. Es difícil verlo limpio, sin nubes, aunque con paciencia puede uno esperar a que se abran. Pero qué es el Fuji para la cultura japonesa. Partamos de que Japón ya no es lo que alguna vez fue. Los japoneses creían que los montes estaban animados, los ascendían esperando encontrar la manifestación de un espíritu o un dios a la vuelta de cualquier recodo. De entre todos, el monte espiritual por excelencia era el monte Fuji. Existía, existe un sendero, el Yoshidaguchi, por el que, en el periodo Edo, se ascendía a la cima. Está dividido en estaciones que se van superando. Era un camino espiritual, incluso místico. Quedan los restos de los pequeños templos o casas de te que se levantaron a los dioses y diosas que se aparecieron a los peregrinos, en los que había estatuas de bronce, por ejemplo, de la diosa Saravasti (Benzalten), a la que las mujeres tocaban para tener una buena concepción.
A media subida estaba el lugar sagrado, por excelencia, el chugu, con el Dainichi, Sengen e Inari, que marcaban la frontera entre el cielo y la tierra. Sólo en julio y agosto se pueden completar las diez estaciones.
Todo eso es pasado olvidado. Los japoneses ya no suben por el Yoshidaguchi, o muy pocos. Ahora se ha construido una carretera que llega hasta la quinta estación, a 2300 de los 3376 metros del total. Suben en buses, hacen unas fotos hacia arriba, con suerte con el Fuji libre de nubes, y hacia abajo, al gran lago que en la falda del monte permite, si hay suerte, hacer la toma definitiva, compran chuches en el área comercial que se ha abierto y bajan, sin más. Quizá la mayoría no sepa el antiguo significado del monte.
Los templos, las casas de te están en ruinas o han desaparecido. Las estatuas de bronce han sido recogidas en un templo al inicio de la subida. Hoy he visto un pequeño grupo de peregrinos, vestidos de blanco, como corresponde, dirigiéndose a ese templo. Eso queda.
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