sábado, 6 de octubre de 2018

Ráfagas



          Algunos se vuelven locos por venir a Japón para comprar chuches electrónicos. Akihabara es la llamada ciudad de la tecnología, edificios tipo Corte Ingles hay unos cuantos, pero los precios no son diferentes a los europeos. Sí merecen la visita las tiendas de ocasión, productos baratos en muy buen estado. En cuanto al Palacio Imperial solo se ve de lejos, apenas una esquina de la fachada, ni los jardines se ven. Las esforzadas cámaras turísticas apenas sacan partido. Lo mismo sucede con el templo Sensoji, el templo más antiguo, del siglo VI, famoso por sus rituales en los cambios de estación y por albergar el icono más famoso de la ciudad, el pórtico de kamarimon y su campana, lo más fotografiado de Japón. Mucho turista y muy pocos fieles. En realidad, el lugar más atractivo son los muelles de la isla Odaiba, construida de la nada en la bahía, vistos de noche. Altos edificios, barcos restaurantes, una octoberfest, y muchas marcas de arquitecto, que repite lo que antes ha hecho en Europa o EE UU, la estatua de la Libertad, la tour Eiffel, una torre veneciana, las escaleras exteriores del Pompidou, un dibujo de Miró,  rascacielos de Chicago y, de lo propio, un espeluznante Mazinger robot. La vista es tan agradable como kitsch. Japón, en contra de su exquisita tradición, peca de kitsch, de mal gusto, la publicidad es insoportable, chillona, letras grandes y colores agresivos.

          Sin duda, yo diría que hasta ahora lo mejor es la comida: cuencos de todo tipo de verdura, fideos, carne, salsas, arroz, dulces, pequeños y variados. No hay japoneses obesos, los que se ven son turistas. Como lo son las chicas vestidas con kimonos, que vienen a fotografiarse con el novio o a despedirse de la soltería, sin el mal gusto que en ese asunto se exhibe en Europa.

          A esta hora que escribo, un tifón está pasando cerca, aunque donde yo estoy solo se oyen las ráfagas de viento, fuertes, violentas, rabiosas, espero que nada más.

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