sábado, 6 de octubre de 2018

Memoria del comunismo, de Jiménez Losantos



"Hay épocas que dicen: no nos importa el ser humano, el hombre es usado como ladrillo, como cemento, pero no se construye para él, es él quien se convierte en material de construcción. La arquitectura social se mide a escala humana. A veces se vuelve hostil para el hombre, de cuya humillación y anulación nutre su propia grandeza, Todos advierten la monumentalidad de la arquitectura social que se avecina. La montaña no se ve aún, pero ya proyecta su sombra sobre nosotros; deshabituados a las formas monumentales de la vida social y acostumbrados a la mediocridad estatal y jurídica del siglo XIX, nos movemos en esta oscuridad asustadizos y extraviados, incapaces de comprender si estamos bajo el ala de la noche inminente o a la sombra de la ciudad natal donde deberemos entrar." (Mandesltam escribió esto en 1922, denunciado y deportados en 1934, murió en el gulag en 1938)

         El comunismo ha sido la ideología más mortífera del siglo pasado, ¿cien millones de muertos? Aún hoy hay países y partidos políticos que se reclaman comunistas o lo disimulan con otras denominaciones. En la comparación con la otra ideología totalitaria del siglo XX, el fascismo, sale mejor parado, por muchos motivos, entre ellos que en la universidad siga habiendo defensores, que en los media y en la calle se muestre con repugnancia la barbarie del nazismo pero que se siga siendo comprensivo con lo que sucedió en la URSS de Lenin y Stalin, en la China de Mao y en otras geografías hasta la actualidad. La razón fundamental es la agenda del bien, la idea de que el comunismo coincidía con el afán de justicia e igualdad que todos buscamos.

         ¿Cómo enfrentarse a esa situación, a la comprensión de una ideología criminal y a la posibilidad de que el viejo comunismo disfrazado con otros nombres vuelva a escena? Los historiadores que han conmemorado el año pasado la revolución de octubre de 1917 con una avalancha de nuevos libros lo explican desde la academia, con sus formulismos y su neutralidad y objetivismo, a menudo como algo del pasado, muerto y enterrado, sin incidencia en la actualidad. El debate político entre periodistas o partidos versa sobre cuestiones particulares sin ir al fondo de las ideologías. Jiménez Losantos en su libro lo asume como una cuestión personal, como una parte de su biografía. Para los nacidos antes de la transición así es. El comunismo estaba presente en la discusión con los padres o abuelos que habían vivido la guerra civil, en la universidad y en la calle en la lucha antifranquista. Así que el suyo es un libro pasional. Aunque aporta datos, las cifras abrumadoras de la catástrofe que produjo allí donde se implantó, no las discute, da por buenos los datos de los historiadores profesionales, prefiere centrarse en los textos de quienes pergeñaron esa ideología, de Marx a Lenin, de Bakunin a los líderes menores de los partidos de otros países para establecer que si hubo asesinatos masivos es porque los ideólogos llamaban al asesinato y a la guerra civil desde el principio.

         Los dos grandes asuntos del libro son la revolución comunista de octubre de 1917, expuesta con gran aparato de datos y testimonios y la guerra civil española. En el primer caso, para acreditar que el origen de la organización totalitaria del Estado soviético y de su violencia criminal está en Lenin, alrededor de quien gira todo, y no en Stalin, y en el segundo, para demostrar que el República Española pronto estuvo dominada por los comunistas o por socialistas que se pusieron al servicio de Moscú, tal el caso de Largo Caballero, Prieto o Negrín. A Lenin lo describe más que como un psicópata como un personaje obsesionado por el poder y por el odio que hace lo que sea para conseguir lo que pretende, ser agente al servicio del gobierno alemán para acabar la guerra mundial a cambio de lo cual consigue los medios - salvoconducto para llegar a Petrogrado y una suma ingente de dinero para alimentar la revolución – y pactar la paz con Alemania a cambio de un tercio del territorio del Estado soviético, matar de hambre a cinco millones de campesinos por las requisas de grano para abastecer a las ciudades y organizar la cheka, el aparato de represión contra todo tipo de oposición: kadetes liberales, eseristas de izquierda y derecha, socialdemócratas y los propios bolcheviques, fuesen opositores o no. Todo ello lo heredará y lo amplificará Stalin. Respecto a la Guerra española, pone su origen no en julio del 36 sino en la revolución de 1934, no considera a la República de 1936 como un Estado de Derecho sino como una dictadura que pronto seguirá los designios de Moscú, a quien cede dos tercios del oro del Banco de España para pagar armas y servicios de Stalin y a unos políticos que no no sólo no cumplen las leyes sino que incitan u organizan el crimen, como es el caso de la masacre de Paracuellos, o los crímenes contra el catolicismo: quema de iglesias, asesinatos, violaciones, robo u organizan la violencia política desde las chekas, de las que muestra su ubicación en Madrid, Valencia y Barcelona. Especialmente contundente se muestra con Negrín, un agente al servicio de Stalin, que prolonga la guerra no por visión estratégica sino porque conviene a los intereses de Stalin, y que organiza con Prieto un gran latrocinio de bienes públicos y privados en su propio beneficio.

            El libro dedica capítulos menores al Campesino, el general comunista que pasó por el gulag y se convirtió, posteriormente, en testigo de cargo contra el comunismo, a la legalización del PCE y a Santiago Carrillo que nunca quiso reconocer su participación en Paracuellos, al Che Guevara, uno más de los asesinos que trabajan en nombre del comunismo o el nuevo comunismo disfrazado como es el caso de Podemos. También tiene un capítulo final, de difícil encaje en el conjunto del libro, que dedica a la Escuela Austriaca de economía en quien encuentra un antecedente olvidado o no suficientemente subrayado, la Escuela de Salamanca, en especial el Padre Mariana, donde estaría el origen del liberalismo económico, la defensa de la libertad, la igualdad y la propiedad.

           No es un libro de historia, pues, sino una defensa apasionada del liberalismo y una acusación más apasionada aún del comunismo como un sistema totalitario, por ello no hay que buscar en él el orden de un manual sino el ensayo de un apasionado. Por eso se titula Memoria del comunismoEl libro de setecientas páginas se lee de un tirón.

No hay comentarios: