"Hay épocas que dicen: no nos importa el ser humano, el hombre es usado como ladrillo, como cemento, pero no se construye para él, es él quien se convierte en material de construcción. La arquitectura social se mide a escala humana. A veces se vuelve hostil para el hombre, de cuya humillación y anulación nutre su propia grandeza, Todos advierten la monumentalidad de la arquitectura social que se avecina. La montaña no se ve aún, pero ya proyecta su sombra sobre nosotros; deshabituados a las formas monumentales de la vida social y acostumbrados a la mediocridad estatal y jurídica del siglo XIX, nos movemos en esta oscuridad asustadizos y extraviados, incapaces de comprender si estamos bajo el ala de la noche inminente o a la sombra de la ciudad natal donde deberemos entrar." (Mandesltam escribió esto en 1922, denunciado y deportados en 1934, murió en el gulag en 1938)
El
comunismo ha sido la ideología más mortífera del siglo pasado,
¿cien millones de muertos? Aún hoy hay países y partidos políticos
que se reclaman comunistas o lo disimulan con otras denominaciones.
En la comparación con la otra ideología totalitaria del siglo XX,
el fascismo, sale mejor parado, por muchos motivos, entre ellos que
en la universidad siga habiendo defensores, que en los media y en la
calle se muestre con repugnancia la barbarie del nazismo pero que se
siga siendo comprensivo con lo que sucedió en la URSS de Lenin y
Stalin, en la China de Mao y en otras geografías hasta la
actualidad. La razón fundamental es la agenda del bien, la
idea de que el comunismo coincidía con el afán de justicia e
igualdad que todos buscamos.
¿Cómo
enfrentarse a esa situación, a la comprensión de una ideología
criminal y a la posibilidad de que el viejo comunismo disfrazado con
otros nombres vuelva a escena? Los historiadores que han conmemorado
el año pasado la revolución de octubre de 1917 con una avalancha de
nuevos libros lo explican desde la academia, con sus formulismos y su
neutralidad y objetivismo, a menudo como algo del pasado, muerto y
enterrado, sin incidencia en la actualidad. El debate político entre
periodistas o partidos versa sobre cuestiones particulares sin ir al
fondo de las ideologías. Jiménez Losantos en su libro lo asume como
una cuestión personal, como una parte de su biografía. Para los
nacidos antes de la transición así es. El comunismo estaba presente
en la discusión con los padres o abuelos que habían vivido la
guerra civil, en la universidad y en la calle en la lucha
antifranquista. Así que el suyo es un libro pasional. Aunque aporta
datos, las cifras abrumadoras de la catástrofe que produjo allí
donde se implantó, no las discute, da por buenos los datos de los
historiadores profesionales, prefiere centrarse en los textos de
quienes pergeñaron esa ideología, de Marx a Lenin, de Bakunin a los
líderes menores de los partidos de otros países para establecer que
si hubo asesinatos masivos es porque los ideólogos llamaban al
asesinato y a la guerra civil desde el principio.
Los
dos grandes asuntos del libro son la revolución comunista de octubre
de 1917, expuesta con gran aparato de datos y testimonios y la guerra
civil española. En el primer caso, para acreditar que el origen de
la organización totalitaria del Estado soviético y de su violencia
criminal está en Lenin, alrededor de quien gira todo, y no en
Stalin, y en el segundo, para demostrar que el República Española
pronto estuvo dominada por los comunistas o por socialistas que se
pusieron al servicio de Moscú, tal el caso de Largo Caballero,
Prieto o Negrín. A Lenin lo describe más que como un psicópata
como un personaje obsesionado por el poder y por el odio que hace lo
que sea para conseguir lo que pretende, ser agente al servicio del
gobierno alemán para acabar la guerra mundial a cambio de lo cual
consigue los medios - salvoconducto para llegar a Petrogrado y una
suma ingente de dinero para alimentar la revolución – y pactar la
paz con Alemania a cambio de un tercio del territorio del Estado
soviético, matar de hambre a cinco millones de campesinos por las
requisas de grano para abastecer a las ciudades y organizar la cheka,
el aparato de represión contra todo tipo de oposición: kadetes
liberales, eseristas de izquierda y derecha, socialdemócratas y los
propios bolcheviques, fuesen opositores o no. Todo ello lo heredará
y lo amplificará Stalin. Respecto a la Guerra española, pone su
origen no en julio del 36 sino en la revolución de 1934, no
considera a la República de 1936 como un Estado de Derecho sino como
una dictadura que pronto seguirá los designios de Moscú, a quien
cede dos tercios del oro del Banco de España para pagar armas y
servicios de Stalin y a unos políticos que no no sólo no cumplen
las leyes sino que incitan u organizan el crimen, como es el caso de
la masacre de Paracuellos, o los crímenes contra el catolicismo:
quema de iglesias, asesinatos, violaciones, robo u organizan la
violencia política desde las chekas, de las que muestra su ubicación
en Madrid, Valencia y Barcelona. Especialmente contundente se muestra
con Negrín, un agente al servicio de Stalin, que prolonga la guerra
no por visión estratégica sino porque conviene a los intereses de
Stalin, y que organiza con Prieto un gran latrocinio de bienes
públicos y privados en su propio beneficio.
El
libro dedica capítulos menores al Campesino, el general comunista
que pasó por el gulag y se convirtió, posteriormente, en testigo de
cargo contra el comunismo, a la legalización del PCE y a Santiago
Carrillo que nunca quiso reconocer su participación en Paracuellos,
al Che Guevara, uno más de los asesinos que trabajan en nombre del
comunismo o el nuevo comunismo disfrazado como es el caso de Podemos.
También tiene un capítulo final, de difícil encaje en el conjunto
del libro, que dedica a la Escuela Austriaca de economía en quien
encuentra un antecedente olvidado o no suficientemente subrayado, la
Escuela de Salamanca, en especial el Padre Mariana, donde estaría el
origen del liberalismo económico, la defensa de la libertad, la
igualdad y la propiedad.
No
es un libro de historia, pues, sino una defensa apasionada del
liberalismo y una acusación más apasionada aún del comunismo como
un sistema totalitario, por ello no hay que buscar en él el orden de
un manual sino el ensayo de un apasionado. Por eso se titula Memoria del comunismo. El
libro de setecientas páginas se lee de un tirón.
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