“En mis viajes por el inabarcable imperio español he quedado admirado de como los españoles tratan a los indios, como a semejantes, incluso formando familias mestizas y creando para ellas hospitales y universidades, he conocido alcaldes y obispos indígenas y hasta militares, lo que redunda en la paz social, bienestar y felicidad general que ya quisiéramos para nosotros en los territorios que con tanto esfuerzo, les vamos arrebatando.
Parece que las nieblas londinenses nos nublan el corazón y el entendimiento, mientras que la claridad de la soleada España le hace ver y oír mejor a Dios. Sus señorías deberían considerar la política de despoblación y exterminio ya que a todas luces la fe y la inteligencia española están construyendo, no como nosotros un imperio de muerte, sino una sociedad civilizada que finalmente que finalmente terminará por imponerse como por mandato divino.
España es la sabia Grecia, la imperial Roma, Inglaterra el corsario turco." (Erasmus Darwin)
El
libro de Elvira Roca era necesario por muchos motivos, el principal
para recuperar la autoestima. Parece que a los ciudadanos no nos
basta con la democracia (participación de cada uno en la vida
pública) y la ley (necesaria para ordenar la convivencia y
garantizar la libertad y la igualdad), necesitamos emociones
(pertenencia, solidaridad, identidad). La historia las proporciona en
abundancia, pero, contra lo que se cree, no la hacen siempre los
vencedores, sino que a menudo se escribe desde el resentimiento del
perdedor, con la correspondiente falsificación. La historia que
hemos aprendido en el siglo XX y en lo que llevamos de este es un
lamento y una compunción. Un camino iniciado por los escritores del
98 y que ha tenido su continuidad en los historiadores posteriores a
la guerra. Varios acontecimientos han contribuido al pesimismo
nacional: el 98, las dictaduras, la guerra civil, un paño que
oscurecía el pasado y subsumía la historia de España en la
violencia, la pobreza, el analfabetismo y la intolerancia.
Elvira
Roca sostiene que esa imagen deformada de la realidad viene de fuera.
España construyó un gran imperio, como antes y después otros ha
habido, los más notables el romano, el mongol, el ruso y el
estadounidense. Diferencia entre imperios, grandes estructuras
políticas que suelen organizar lo que estaba desorganizado, y
colonias, territorios de explotación económica, como fueron los que
surgieron a finales del XIX, de las cuales, el más notable el Congo
Belga, donde se llevó a cabo la explotación más inhumana. Todos
los imperios tienen mala prensa y son odiados por élites
intelectuales y políticas que querrían verlos desaparecer para
construir sobre sus ruinas unidades más pequeñas, naciones. Primero
en la Italia renacentista y luego en la Europa calvinista, luterana y
anglicana se creó una historia deformada sobre España y su imperio,
llena de mentiras y verdades falsedades, que pasó a conocerse como
la leyenda negra. El corpus de la leyenda se asumió en la cultura
europea como algo verdadero e intelectuales honrados pero perezosos a
la hora de comprobar los hechos como Erasmo, Voltaire, Diderot y
tantos la divulgaron dándola por buena. La leyenda sirvió de
adoctrinamiento contra la pérfida y corrupta España católica en la
guerra de independencia de Holanda, en las guerras de protestantes
contra católicos en Alemania, en la afirmación del anglicanismo en
Inglaterra. Mentar, por ejemplo, a la Inquisición, era asociar la
opresión, los autos de fe y las ejecuciones en la España católica,
cuando hubo inquisiciones en casi todos los países europeos y el
número total de los ejecutados en España es incomparable con los
ocurridos en la Inglaterra de Enrique VIII e Isabel I, la Holanda de
Guillermo de Orange o, proporcionalmente, la Ginebra de Calvino, por
no hablar de los miles de ajusticiamientos de brujas. Elvira Roca, en
un libro muy bien escrito, va enhebrando su argumentación con una
multitud de citas de toda índole.
La
autora propone unas cuantas hipótesis que requerirían una
demostración más exhaustiva. La primera que los imperios son
estructuras más libres e igualitarias que las naciones, si estas se
construyen bajo el imperativo étnico. Lo mismo sucede con la
diferencia entre imperios y colonias, aquellos benéficos y estas,
las metrópolis que las gobiernan, desalmadas o el desigual
desarrollo entre el norte de América y el sur, que la autora
atribuye a la descomposición del imperio, de cualquier imperio. Las
élites criollas depredaron sus paisitos, tras la independencia,
mientras EE UU construía su imperio. Otra más, que los efectos de
la leyenda negra perduran, no tanto quizá en el imaginario europeo
como en el español que aceptó la imagen deformada que los otros
países le devolvían. Esa imagen persiste hasta el punto que
intelectuales, políticos, textos educativos y productos culturales
ofrecen una visión del pasado a la contra, negativa, resentida, como
si nada del pasado fuese aprovechable y lo único que cabe es
avergonzarse.
Elvira
Roca ha hecho una selección, reconstruye en positivo, mostrando la
inconsistencia de quienes se siguen alimentando con la leyenda negra.
Había que hacerlo, en un buen momento. Por ejemplo, el agit prop del
independentismo catalán contra España se puede superponer al de los
Países Bajos del XVII, un calco el uno del otro. No es un libro
objetivo, sino pasional, no es una historia de España, con sus luces
y sus sombras, sino una especie de puesta en limpio de las páginas
emborronadas. La autoestima había que recuperarla no para revivir
glorias del pasado sino para vivir el presente con desparpajo, la
manera de decirle a un alemán, a un inglés o a un independentista,
mira, soy igual que tú y valgo tanto como tú.
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