domingo, 14 de octubre de 2018

Himejie - Kyoto



        A cierta distancia el castillo de Himeji parece la armadura de un samurai. Esa es su belleza y también el propósito de su construcción, atemorizar al enemigo y pavonearse ante quien pudiera o debiera acercarse a los dominios de los sucesivos señores que entre 1300 y 1600 lo fueron habitando y ampliando. Por dentro es una sucesión de plantas espaciosas, siete, ahora vacías, recubiertas de madera, todo el edificio es de madera, pero la gracia es exterior, no solo por su elegancia, también por la blancura del yeso ignífugo que lo  recubre, lo que hace que se le conozca como la Garza Blanca.

Otoño fresco.
Coman todos melón
y berenjenas.
(Basho)

        Kyoto es una gran ciudad llena de ruido, luz y vida, de difícil dominio de una vez. De momento he visto una gran avenida comercial, tipo paseo de Gracia, un barrio antiguo de bajas casas de madera, con teatros, restaurantes y casas de geishas, un cruce de calles cubiertas con bóvedas, al modo de la galería de Milán, y otro de vida nocturna con garitos de todo tipo. Después de pasear por ciudades más pequeñas, llaman la atención algunas cosas que hasta ahora no había visto: borrachos solitarios, grupos de jóvenes que encuentran en la bebida en grupo la diversión, ciclistas que se saltan los semáforos en rojo y, en general, la poca gracia que tienen los japoneses en el vestir.

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