viernes, 5 de octubre de 2018

Haz de turista y cuéntalo



          La ciudad me recibe difuminada por una luz tenue y una atmósfera acuosa a esta hora de la noche, hacia las nueve. Los pocos ciudadanos visibles se esconden bajo un paraguas semitrasparente. Parece inmensa, tantos millones de habitantes, sobredimensionada por el misterio de la noche. Minutos después, en un local con algunos comensales más, pocos, con reservados para grupos, la primera comida japo. Tempura, pollo empanado a lo Kentucky, una sopa deliciosa, fideos con sus salsas. No soy un especialista. Después de 17 horas de viaje, con dos horas de parada en Dubái y otras dos de espera en Narita para esperar a gente que venía en otro vuelo, atiborrado de comida de plástico no tengo ganas ni cuerpo para apreciar nada. Por cierto, hay alguna empresa o sistema humano que utilice más plástico que el que se tira en los aviones, esos tan monstruosos, ciudades volantes con un hormiguero ocioso en su interior? No he oído ninguna propuesta de reforma al respecto. A la salida del restaurante, en otro reservado, autóctonos. La diferencia: en el nuestro todo está adornado y servido a la japonesa, con cojines para sentarse en cuclillas, palillos, tacitas cerámicas, en el de los autóctonos sillas, vasos, platos con instrumental gastronómico, cigarrillos humeantes, atmósfera viciada. El hotel, convencional, por el contrario. Tokio.

No hay comentarios: