domingo, 21 de octubre de 2018

Museo nacional de Japón



Hoy el rocío
borrará la divisa
de mi sombrero
(Basho)

       Como todos los museos nacionales, este abarca todos los periodos de la cultura y arte japonés. Desde las figuras dogu, del periodo Jomon, con su apariencia de astronautas, hasta piezas de finales del XIX, pasando por las campanas de bronce, dotaku, de los Yoyoi, las esculturas de los distintos avatares de Buda, de los periodos Asuka y Nara, los mandalas y rollos narrativos y poéticos del Heian, la caligrafía Kamakura, la pintura Muromachi o Momoyama, hasta llegar al esplendor del Edo, con las colecciones de estampas de Utamaro, Hokusai e Hiroshige.


        El orden y selección de las obras responde al espíritu minimalista propio de este país. Unas pocas obras representan a cada periodo y en algún caso una única obra, de tal modo que el curioso pasea por las salas del museo sin perderse en lo accesorio. Así, sólo he visto un guerrero jomon, unos pocos rollos con caracteres kanji de la caligrafía china, algunas maravillosas estampas de Hokusai e Hiroshige y un grupito de las menudas natsuke, las figuritas cerámicas del periodo Edo, que era lo que me apetecía ver por encima de cualquier otra cosa.

        La impresión general, la pregunta que me hago, qué le debe la civilización a la cultura japonesa. Las formas, los moldes de las esculturas, de la cerámica, incluso de la pintura son parecidos a los de cualquier otro pueblo, todos sapiens. No hay variaciones esenciales. Es en lo decorativo, en los detalles accesorios donde se encuentran las diferencias. Japón sorprendió a los europeos de finales del XIX por haber hallado la esencia de las cosas en lo que ellos pasaban por alto. Los artistas europeos habían hecho un largo recorrido buscando la profundidad y cuando vieron las estampas ukiyo-e o leyeron los haikus o acariciaron las natsuke se dieron cuenta de que era en la piel de las cosas donde estaba la profundidad.

No hay comentarios: