lunes, 29 de octubre de 2018

Cold War




           La gente abandona sus butacas cuando cree que ha acabado la película, que es cuando ven aparecer los títulos de crédito. Pero no es así, casi siempre continúa un poco más. En esta, la desnuda aria de las Variaciones Goldberg que brota del fundido en negro, cuando las imágenes se han apagado y con ellas el ruido y la intensidad, es necesaria para el reposo y la reflexión. Los dos amantes han abandonado el banco en el que han consumado su matrimonio hasta que la muerte los separe y han salido de plano, pero es fuera de campo donde se consuma la acción. En ello piensa el espectador, o debería, todavía atónito, si toda esa gente apresurada no le hiciesen levantarse de su butaca para dejarles pasar. La gente no entiende nada, no puede entender si se abandona a la prisa, al ruido, a la agitación.

          Cold War es una vuelta al cine clásico, al cine concebido como obra de arte total. No es por el blanco y negro, es porque todos sus elementos contribuyen a una emoción abstracta, intemporal. Ninguno es menor que los demás, los exquisitos encuadres, la selección de la música, la iluminación, la escenografía, los contenidos actores. Uno podría deleitarse en un plano, pero el montador lo corta sin consideración, o en una pieza musical, pero sólo se nos ofrecen unos compases o quisiera saber donde le llevan los agentes que secuestran al protagonista, pero el guión corta sin mayor explicación. Hasta tal punto la emoción es abstracta, es decir, derivada del efecto global de todos los elementos puestos en juego, que la historia no necesita expandirse con una lógica secuencial, es elíptica, hasta demasiado, podría uno pensar, con tantos fundidos en negro, algunas situaciones quedan colgadas, sin continuidad, hay un contexto histórico, comienzos de los 50, Polonia, Berlín, París, pero no sirve para situar a los protagonistas en un mundo dividido por la guerra fría sino para zarandear sus sentimientos, para hacer discontinua su historia de amor, porque el director no se dirige al entendimiento del espectador sino a sus emociones, no nos pide que comprendamos, sino que sintamos. Eso es el arte. La verdad que el espectador capta no emerge de la fidelidad a la realidad, de hechos probados, de reconocimientos, sino de la pura emoción. Una obra maestra.


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