La
gente abandona sus butacas cuando cree que ha acabado la película,
que es cuando ven aparecer los títulos de crédito. Pero no es así,
casi siempre continúa un poco más. En esta, la
desnuda
aria de las Variaciones Goldberg que brota del fundido en negro,
cuando las imágenes se han apagado y con ellas el ruido y la
intensidad, es necesaria para el reposo y la reflexión. Los dos
amantes han abandonado el banco en el que han consumado su matrimonio
hasta que la muerte los
separe y han salido de plano, pero es fuera de campo donde se consuma
la acción. En ello piensa el espectador, o debería, todavía
atónito, si toda esa gente apresurada no le hiciesen levantarse de
su butaca para dejarles pasar. La gente no entiende nada, no puede
entender si se abandona a la prisa, al ruido, a la agitación.
Cold
War
es una vuelta al cine clásico, al cine concebido como obra de arte
total. No es por el blanco y negro, es porque todos sus elementos
contribuyen a una emoción abstracta, intemporal. Ninguno es menor
que los demás, los exquisitos encuadres, la selección de la música,
la iluminación, la escenografía, los contenidos actores. Uno
podría deleitarse en un plano, pero el montador lo corta sin
consideración, o en una pieza musical, pero sólo se nos ofrecen
unos compases o quisiera saber donde le llevan los agentes que
secuestran al protagonista, pero el guión corta sin mayor
explicación. Hasta
tal punto la emoción es abstracta, es decir, derivada del efecto
global de todos los elementos puestos en juego, que la historia no
necesita expandirse con una lógica secuencial, es elíptica, hasta
demasiado, podría uno pensar, con tantos fundidos en negro, algunas
situaciones quedan colgadas, sin continuidad,
hay un contexto histórico, comienzos de los 50, Polonia, Berlín,
París, pero
no sirve para situar a los protagonistas en un mundo dividido por la
guerra fría sino para zarandear sus sentimientos, para
hacer discontinua su historia de amor, porque
el director no se dirige al entendimiento del espectador sino a sus
emociones, no nos pide que comprendamos, sino que sintamos. Eso es el
arte. La
verdad que el espectador capta no emerge de la fidelidad a la
realidad, de hechos probados, de reconocimientos, sino de la pura
emoción. Una obra maestra.
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