lunes, 4 de junio de 2018

Emocionante



               Después de todo hay millones de americanos que se entregan a predicadores cuyo descarado engaño es transparente, cómo no ver en la distancia el sinsentido, la estupidez, la masa de norcoreanos desfilando y clamando ante Kim jong-un, a un kilómetro de distancia las cosas cambian, o a dos metros, si el predicador se te acerca, te pregunta, visitante bienvenido, cuál es tu nombre, levántate y, en voz alta ante los hermanos, exclama tus peticiones o dolores escondidos, y, entre la vergüenza y la osadía, lo haces, la atención inusitada, la hermandad, transportado, así te sientes, redimido de la angustiosa soledad, luego, ya, el resto del camino es fácil, mira ese vídeo de la Patum de Berga, la euforia colectiva, la emoción que, incluso, pasadas décadas, puedes volver a sentir con gente que ya está muerta, te puedes reír del telepredicador que reclama un avión nuevo, porque los demás que colecciona ya están viejos y porque, si Cristo viviera hoy no viajaría en borrico, o ¿no es sensato, aceptable y comprensible que una pareja de jóvenes padres quiera disponer de una casa grande y terrenos adyacentes para que pueda corretear el hijo próximo a nacer y que en su caso se haga una excepción a las reglas?, te resulta cómico el predicador en traje y corbata, que su sermón sea seguido por millares en templos modernos y por millones cada domingo en las pantallas matinales de televisión, pero quítale ese traje azul y esa corbata roja y ponle ornamentos antiguos, más ceremoniosos, con un ritual más teatral y depurado, cambia de escenario a un viejo edificio con pináculos y cresterías o a otro con una geometría más simple, prismas anaranjados de distintos tamaños, o, por el contrario, a edificios llenos de miles de imágenes de colorido fallero, dime, qué cambia, no son tan directos cuando pasan el cesto, o la bandeja o el sombrero, pero a un lado está el mismo engaño, ya sonriente ya con el rostro adusto de la verdad revelada, y al otro los crédulos que lo dan todo, ya sean monedas, ya los cuencos del cerebro, ya la propia vida, por sentirse acogidos en la dulce compañía de los hermanos, salvados del hambre, del frío invierno, rescatados del charco y de la noche, después de eso ya pueden venir los enemigos a arrancar máscaras, cada una de las máscaras que levanten serán idénticas a las que hay debajo, mil máscaras que arranquen, una tras otra, nada desvelarán sino la recurrencia de lo mismo, los directivos del chavismo con sus millones en Andorra, el piloto que cuenta el viaje de la cocaína de La Paz a Caracas, de Caracas a La Habana, las matanzas de estudiantes en Nicatagua, los clérigos católicos a los que les gustan los niños, el tránsito millonario de la familia Pujol, los mensajes racistas de los nuevos dirigentes del procès, millones de crédulos izarán la antorcha de la beatitud, entonarán el himno que aplaza la muerte, ¿acaso es distinta la emoción vivida estos días en la fiesta de la Patum de Berga de la que se vivió en las concentraciones de Nuremberg entre 1923 y 1938? la comunión del entusiasmo colectivo enciende las almas, el abrazo espiritual llena de calor a miles de cuerpos fríos, un entusiasmo que une al homo sapiens a lo largo de la historia, atrás en el tiempo, adelante en el tiempo.


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