miércoles, 9 de mayo de 2018

Tres cuentos, de Gustav Flaubert



              Si un autor, un libro, es un clásico es porque cuando volvemos a él es como si fuese la primera vez, porque nos descubre cosas nuevas, que en otras ocasiones no hemos apreciado. Flaubert es un innovador, buena parte de la narrativa moderna bebe de él, encontramos ecos suyos, hasta paráfrasis, en escritores contemporáneos. Nos decimos, mientras leemos una frase suya, mira de dónde lo ha sacado Banville, por no decir Barnes. Más que innovador, se podría decir un depurador del estilo, del lenguaje, de la trama, del propio autor que desaparece tras sus personajes. Leer ahora Un corazón sencillo, despacio, a paso quedo, como hay que leer a los clásicos, es leer poesía de la buena, así de limpias están sus frases, así de brillantes sus metáforas, así de depurados hasta la abstracción son Felicité, Julián o Herodes Antipas, los protagonistas de Un corazón sencillo, La leyenda de San Julián el hospitalario o Herodías, personajes no perfilados por descripciones exhaustivas interiores o exteriores sino por los detalles del contexto en que se mueven, por breves apuntes de algún elemento significativo, el rasgo de un ojo, un gesto de la boca. Pero no es de lo que todo el mundo sabe cuando lee estos relatos de lo que quería hablar, sino de otra cosa. 

                 Por qué los agrupó el autor en un libro, publicado en 1877, cuando el autor contaba 54 años y se consideraba, un viejo, al final de su trayectoria. Flaubert era un ateo, como Zola, como la mayoría de los intelectuales de su época, sin embargo, el tema que unifica estos tres cuentos es la religión. No la religión exactamente sino la creencia, su necesidad para mucha gente, en distintas épocas. Felicité es contemporánea de Flaubert, probablemente se inspiró en alguna sirvienta que conocía. Su vida es una suma de desgracias, todas las personas que ama mueren o desaparecen, incluso el famoso loro del final de su vida muere, aunque lo conserva disecado. Felicité necesita la fe para sobrevivir, se entrega a ella hasta tal punto que la tragedia de su vida le hace creer que el loro es el Espíritu Santo. Julián es un desalmado para una sensibilidad contemporánea, con rasgos de psicópata, aunque no del todo porque no pierde la empatía y cuando, en un error trágico, mata a sus padres su arrepentimiento es tal que dedica el resto de su vida a la caridad, a la entrega desinteresada al otro. En el último relato, el tema no está tan claramente definido y los valores que portan los personajes más diluidos, sin embargo, hay una clara linea divisoria entre los que los portan negativos, el odio, la venganza, la gula, los indecisos y los que ponen la esperanza en un movimiento religioso nuevo. Frente a un mundo depravado en unos pocos surge la luz de lo nuevo, a Joakanan le cortan la cabeza, pero detrás de él viene uno más grande. 

                  Las tres virtudes teologales son el motor de cada una de las narraciones. Pero, en la narrativa moderna que nace con Flaubert, es el lector quien decide el valor moral de la historia, quien salva o condena a los personajes, también existe la posibilidad de leer con ironía y distanciamiento, de quedarse con la belleza de una escritura que no ha perdido nada de la maestría con que sorprendió al nacer.


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