Este es mi consejo, retén Retén la belleza.
“Pensamos que estamos a salvo pero no hay refugio”.

El recuento de lo
sucedido se hace muchos años después (“¿Cuál
es la índole de esta danza llamada memoria?”),
el poema supura por la herida (“El dolor
permanece / la belleza no permanece”), pero
la “herida arroja luz propia”.
Entre la reflexión y la frágil evocación de la memoria, la poeta
se pregunta cómo pudo suceder, por qué, “como
muchas esposas elevé al marido a la altura de Dios”.
El marido era un mentiroso, un apostador, desatento, infiel con
muchas mujeres, ¿dónde residía su fuerza?, “¿cómo
consigue alguien tener poder sobre otro?”.
A la fuerza de la seducción que se hace sexo (“Como
el temblor del ciervo que se aleja en el bosque a finales de invierno
/ El sabía que destruiría al ciervo”) se
oponen los avisos del abuelo del marido que le dice que no se case,
de la madre (“abolir la seducción es la
meta de una madre”), que no entiende cómo
puede verse atraída por alguien que se llama X, del propio amigo del
marido Ray, ese Ray, tan atento y servicial, que escucha y confiesa,
que ve sus cicatrices, pero “la seducción
de la fuerza viene de abajo”, cuando él la
toca con el dedo ella ladra, y contra eso qué se puede hacer. Compara, Ray,
“el pobre placer del hombre pobre”,
el marido, “casi nunca estaba triste un dios
le guiaba”. La narradora evoca la historia
con pena y vergüenza, pero con ironía: “Blame
and shame are the name of the game”. Una
historia de dolor y celos, dura, cuando se da cuenta de que todo se
ha acabado, dice: “un barco frío zarpa de
algún lugar dentro de la esposa / rumbo a un horizonte plano y
gris”.
Anne Carson va
articulando el discurso poético a lo que necesita para cada ocasión,
“la ficción da forma a lo que necesitamos”,
dice. Marcando con ironía las cesuras, las pausas, entre lo evocado
y lo que pudo ser, entre el hálito poético y la reflexión sobre
cómo se construye el poema y se tejen los sentimientos. Es
memorable, por ejemplo, cuando siguiendo el juego de la asociación
de Aristóteles, va del posible principio de libertad proclamado
entre dos personas a la esclavitud de la mujer o cuando él le
escribe desde una taxi que ella es para él “el sabor de tus
piernas”, en el preciso momento en que ella, en la otra acera, va a
entregar los papeles de divorcio. La poeta, el poema, la vida son
contradictorios hasta el final: “La función
principal de la escritura es esclavizar a los seres humanos”
/ “Pero las palabras son un trigo extraño y
dócil, se inclinan sobre la tierra”. Al
final, después de tantos años, el libro se cierra con una
dedicatoria al marido infiel, a la belleza del marido: “Mírame
doblar ahora esta página / para que pienses que eras tú”.
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