jueves, 26 de abril de 2018

No encuentro mi cara en el espejo, de Fulgencio Argüelles



              Hay autores que esquivan la urgencia del presente y sus problemas, prefieren las historias viejas de humedales y fogones y tormentas desatadas que vienen de la antigua tradición de los cuentos orales, de lo que se contaba al oído cuando la poca luz disparaba la imaginación tanto del contador como del oidor, escritores que soplan el relato hasta hacerlo irradiar por los rincones de la memoria donde esas historias permanecen dormidas, levantadas por palabras en desuso, de otra época y de artes extintas, que con su música lánguida y mortecina acarician los oídos de lectores a quienes no gustan los punchosos arbustos del presente. Así las novelas de Fulgencio Argüelles, El palacio de los ingenieros belgas y esta No encuentro mi cara en el espejo. En ellas el tiempo se detiene y nos devuelve a un tiempo sin tiempo, paralizado, aunque haya referencias a sucesos históricos, donde suceden cosas que solo entonces, es decir, en la patria intemporal de la literatura, podían suceder, con personajes que nos gusta imaginar, redondos, manejables, y con una estética que bebe de las fuentes del idioma, de un clasicismo, el barroco español, que no quiere ocultarse sino al contrario dejarse arrastrar por la corriente de la tradición. El escritor construye como un orfebre sus frases con los mejores materiales, atento a los sonidos de la lengua, dejando que las palabras precisas vayan cosiendo las anécdotas del relato con lentitud como se levanta una casona de piedra, en ese pequeño Peñafonte, el espacio literario de Argüelles, lleno de personajes secundarios, con pequeñas historias pegadas a la piel que los definen y sustraen de la vida cotidiana y aburrida del lector, interpoladas con capítulos dialogados sobre política y filosofía, sobre la guerra y la religión, que rompen el fluir cadencioso de la historia.

              En la página 129, terciada la novela, un personaje trae la noticia de la guerra, la misma tarde que otro personaje trae un armario con dos lunas, concentrado el pueblo para ver la maravilla, de su interior sale una mariposa gigante que lo ensombrece. Eso desata alguna acción violenta para que los nombres que definen a los personajes, María Casta, Edipio, Lucio Pelayo, Irminia, puedan cumplir el destino que los asocia al Edipo de Sófocles. Aunque la guerra siempre es una noticia que llega de lejos y el argumento un hilo no demasiado fuerte para unir las muchas historias particulares, porque el autor tiene mayor querencia por las metáforas, los juegos retóricos y la filigrana lingüística que por la fuerza de la historia. Esa es su virtud y ese su defecto.


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