viernes, 27 de abril de 2018

Los hombres me explican cosas



La cultura de la violación se perpetúa mediante la utilización del lenguaje misógino, la objetivación de los cuerpos de las mujeres y la ‘glamurización’ de la violencia sexual, ya que crea así una sociedad que obvia los derechos de las mujeres y su seguridad. La cultura de la violación afecta a cada mujer. La mayor parte de las chicas y de las mujeres limitan sus comportamientos debido a la existencia de la violación. La mayor parte de las mujeres y niñas viven bajo el temor de la violación. Los hombres, normalmente, no. Así es como la violación funciona, como una poderosa herramienta, gracias a la cual la población femenina al completo se ve sometida a una subordinación frente a toda la población masculina; y esto es así aunque haya muchos hombres que no violen y muchas mujeres que nunca serán víctimas de la violación”.

         Cómo definir el estado de atención continua y alerta, el juego de miradas, el lenguaje del cuerpo, el jugueteo incesante entre hombres y mujeres. Allí donde hay hombres y mujeres se pone en danza un estado de excitación, un furor de emociones que es la manifestación más viva de la vida. Si nos vestimos con cuidado, si nos acicalamos cuando salimos de casa no es sólo como muestra de nuestro bienestar sino que nos ofrecemos al otro como ahora, en esta estación, lo hace la naturaleza entera, como lo hacen los presentadores, las actrices, los deportistas, las políticas. Pero lo que en el siglo XVIII surgió como una metáfora alegre y festiva del juego de la seducción, la guerra de los sexos, se ha convertido para las feministas radicales en un significado estanco y negativo. 

             Al leer el libro de Rebecca Solnit me he sentido violentado, o aceptaba su tesis de la guerra de los sexos o me convertía en defensor del patriarcado. Cómo no atender a su poderoso reclamo, Los hombres me explican cosas (mansplaining), “con esa mirada petulante que tan bien reconozco en los hombres cuando pontifican, con los ojos fijos en el lejano y desvaído horizonte de su propia autoridad”, una arrogancia que sumerge e las mujeres jóvenes en el silencio, si todos hemos vivido experiencias parecidas, pero ¿no es ir demasiado lejos encadenar la petulancia del hombre autoritario con el silenciamiento violento y las muertes violentas? Cómo no estar alerta tras las denuncias de los abusos del personal de la ONU y de las ONG, y de la industria del cine, cómo quedar indiferente ante las cifras: 87.000 violaciones en USA cada año, 63.000 mujeres asesinadas en el planeta, el 90 % de los asesinatos los cometen hombres, el 93,5 de los presos USA son hombres, la principal causa de las lesiones o muertes de mujeres entre 15 y 44 años es la violencia masculina, más que el cáncer, la malaria y los accidentes de tráfico juntos, cómo no estar de acuerdo en que ha habido una cultura del silencio ante el acoso y las violaciones, pero cuesta creer que “una proporción significativa de las mujeres que conoces son supervivientes”. 

                  El problema es que Rebecca Solnit extiende la sospecha sobre la conducta masculina en general, incluso va más allá cuando dice que una situación de violencia tiñe toda relación entre hombres y mujeres. Su método consiste en convertir percepciones individuales, incidentes particulares, historias patológicas en situación general de acoso, derribo y humillación de la mujer. “Las mujeres tienen miedo todo el rato de ser violadas y asesinadas”. ¿Vale una idea poderosa para construir un buen libro? Rebecca Solnit impugna el patriarcado, ¿pero existe el patriarcado?

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