Tzvetan
Todorov reunió en Vivir
solos juntos una
serie de pequeños ensayos que había escrito a lo largo de su vida,
en concreto entre 1983 y 2008 (murió hace ahora un año), dedicados
a diferentes autores: La Rochefoucauld, Rousseau, Mozart, Constant,
Stendhal y Beckett, acompañados de otro sobre El
descubrimiento de América
y añadiendo un retrato inicial de su amigo Edward Said, en el que
trata de mostrar lo que les unía y lo que les separaba y que le
sirve para hacer un recuento de su propia trayectoria intelectual,
así como un epílogo, más largo, dedicado a Goethe.
¿Qué
une a estos personajes, qué busca Todorov al estudiarlos? Lo que les
une es una manera de tentar la realidad, una visión humanista. Qué
sea el humanismo trata de definirlo en los ensayos dedicados a
Rousseau y Benjamin Constant. Ese concepto, que hoy se adjudica a
quienes tienen una visión quizá demasiado optimista de la humanidad
hasta el punto de que Todorov habla de antropolatría. surgió en el
Renacimiento para definir a los hombres de letras que redescubrieron
a los antiguos, buscando argumentos de autoridad para defender una
perspectiva de la naturaleza centrada en el hombre. Para fijar con
propiedad una definición de humanismo, Todorov la delimita con tres
proposiciones: el hombre es el origen de sus actos, el hombre es la
finalidad de sus actos y es él quien define el marco de su propia
visión. Siguiendo a Rousseau y a Constant, la humanidad está
compuesta por ciudadanos
iguales ante la ley, y como tal intercambiables -todos somos iguales,
con los mismos derechos-, y por individuos
diferentes, y como tal irreductibles. En el debate de los ilustrados
-Montesquieu, Hobbes, Rousseau, Descartes- sobre la mejor forma de
gobernarse, Benjamin Constant, un europeo avant la letre, al
parecer de Todorov, es quien habría hecho la mejor síntesis, que
viene a ser una defensa de la democracia liberal, fundada en una
legítimidad de origen, la voluntad libre y común del pueblo de
Rousseau, pero limitada por la legitimidad de ejercicio, pues
en su ejercicio el poder ha de respetar tanto la ley como la
autonomía del individuo, salvaguardándola, según Montesquieu, del
autoritarismo. Es el sistema político que nos hemos dado en
Occidente con todas sus imperfecciones, entre las que Todorov señala
el trato que ahora damos a los inmigrantes. Un sistema político que
debe estar guiado por el humanismo, “nada debe ser más importante
que la preocupación por el otro”. La humanización política sería
el cambio crucial en la mentalidad europea que atisbó desde su siglo
Benjamin Constant, temiendo el peligro, siempre presente en el poder,
de la instrumentalización: “Una palabra, una mirada o un apretón
de manos siempre me han parecido preferibles a toda razón y a todos
los tronos de la tierra”.
El
hilo que une a los personajes que estudia es el humanismo. Con Edward
Said compartió amistad y exilio, pues ambos vivieron en países muy
distintos de los que procedían, Said llegó a Nueva York desde
Palestina, Todorov a París desde Bulgaria. Said practicó un
humanismo radical y desconfiado de cualquier tipo de poder lo que le
llevó a entrar en conflicto tanto con el país de acogida como con
el de su procedencia. Todorov, por el contrario, asegura, era más
partidario del acuerdo y el diálogo. Es la preocupación por el
otro, el amor por el otro como sentimiento más elevado del mundo
humano, lo que mueve el análisis del resto de los ensayos del libro.
Así en la disputa entre Kant: mentir,
en cualquier caso, es contrario a los principios del bien,
y Constant, el
objetivo en la acción humana es no perjudicar al otro,
Todorov se decanta por el último. La conquista de América sería el
paradigma del descubrimiento del otro. Cómo descubrimiento tuvo dos
momentos, el geográfico de Colón, que no supo adónde había
llegado y qué es lo que descubría, pues primero pensó en China y
Japón y después en un continente austral, y la idea de que se
descubría un nuevo continente separado por un gran océano de Catay
y Cipango, que pertenece a geógrafos eruditos, como el alemán
Martin Waldseemüller, que con los datos que fue recopilando de
diversas fuentes propicio que se hablase de América. Pero lo más
difícil resultó reconocer a los habitantes del nuevo continente,
tan diferentes a lo que se conocía que se les dio el nombre de
indios.
En
el ensayo dedicado a Rousseau el tema es el combate de ideas pora
establecer el origen de la moral. En esa disputa, rastrea los
orígenes del maniqueísmo tan frecuente en las instituciones
religiosas, en especial en el catolicismo: el bien lo determina la
ley y sus intérpretes -la Iglesia- y políticas, en los sistema
autoritarios, como el que defendía Hobbes, donde el Estado y su
soberano determinan lo que es justo y el individuo no debe
interrogarse sino someterse. En ambos, el fundamento moral tiene un
origen externo al hombre. Por el contrario en el protestantismo no
hay mediaciones, pues el individuo oye en su interior la voz de Dios,
del mismo modo que en Rousseau la humanidad empieza en el momento en
que el hombre distingue el bien del mal. La moral sólo puede existir
en sociedad: “Todo lo que en mí hay de moral mantiene siempre
relaciones fuera de mí. Si siempre hubiera vivido solo, no tendría
ni vicio ni virtud”. “Sólo haciéndose sociable se convierte en
un ser moral”. La posición humanista defendida por Rousseau no es
maniquea (el bien proviene de Dios, el mal del demonio; el primero
gobierna el alma, el segundo el cuerpo), pues afirma que ambos,
virtudes y vicios, brotan de la misma fuente, la humanización -o
socialización-. Es la conciencia la que establece el criterio del
bien y del mal, quien tiene la capacidad del juicio moral y la razón
la que establece el marco cuya universalidad reconocen todos los
hombres, cristianos, ateos o musulmanes.
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