Si
ha habido un combate decisivo en la modernidad es el que ha
enfrentado al sentimiento romántico contra la contención y la
serenidad clásica. Mientras el individuo romántico, desde Rousseau
en adelante, se encarcelaba en su yo y sus quimeras, el hombre
clásico, que creía que la humanidad en su conjunto lo puede todo,
se ofrecía a dialogar con él tendiéndole la mano, espacio donde
intercambiar y reconocimiento. Goethe es ese hombre, tal como nos lo
muestra Todorov en Un perfil de Goethe, en Vivir solos
juntos. Goethe buscó interlocutores en la pléyade de filósofos
y escritores, contemporáneos suyos, todos geniales, del idealismo
alemán, aunque se negó a escribir tratados como ellos porque
prefería textos menos trascendentales. Al fin escogió como
interlocutor al romántico Schiller. Goethe para pensar necesitaba
que el otro estuviese presente. “El hombre verdadero es sólo la
humanidad entera, y el individuo sólo puede estar contento y ser
feliz si tiene el valor de conocerse como un elemento del todo”,
sostenía. También que el hombre es en sí mismo un ser colectivo y
que lo propiamente humano es la vida en diálogo. Frente a las
Confesiones del yo solitario de Rousseau o a las inacabadas
autobiografías de Stendhal que no tenía claro si él era un sujeto
o un objeto, Goethe, en Poesía y verdad, lo más cercano a
una autobiografía que escribió, huye del individuo en sí, que no
existe sino en interacción con el mundo. Este no es un relato en
todo caso de los sentimientos del sujeto sino de lo que ha visto y
oído. Goethe transforma el conócete a ti mismo socrático en
el hombre se conoce a sí mismo en la medida que conoce el mundo.
Todo ser humano es plural, no es uno en cada circunstancia de su
vida, esa pluralidad le permite entender al otro, lo que le
resultaría imposible si estuviese encerrado en su nuez. Valga esta
cita que resume tanto el espíritu de Goethe como el de Todorov:
“En Dresde [Goethe] conoce a un humilde zapatero cuya vida cotidiana no es fácil, y por eso mismo no puede evitar admirar 'la serenidad con la que contemplaba su propia vida, llena de molestias y estrecheces, pobre y penosa, las bromas que hacía de los males y las incomodidades, su convicción imperturbable de que la vida es un bien en sí'. No se trata de pretender que todo va siempre bien. La vida es a menudo penosa, y los males no están ausentes, pero el zapatero (y Goethe con él) se niegan a sistematizar estas condenas puntuales en rechazo general. No podemos afirmar que toda la naturaleza es mala, ya que nosotros mismos y nuestra capacidad de juzgar formamos parte de ella. Ni que todos los hombre son malos, porque en realidad están necesariamente provistos de características múltiples, incluso contradictorias”.
Las
críticas de Goethe al pensamiento romántico de su época valen para
la nuestra, aunque es difícil hoy hacer atractiva la
imperturbabilidad clásica. Goethe la oponía a la posición
agustiniana en disputa con Pelagio, asumida por el cristianismo
triunfante, que atribuía la miseria y maldad al pecado original,
como se opone a sus amigos melancólicos que lamentaban su
benevolencia con el mundo y a los poetas ingleses de su época “que
extienden por sus escritos una desagradable atmósfera de repulsión
hacia todo”. “La sabiduría que nos inculcan a todos parece ser
que digamos no a la vida, y todo deseo de una vida mejor está mal
visto. Cuanto más amargo es el cáliz, mejor cara debemos poner”,
remata Todorov. Tanto entonces como ahora en muchos anida un
insondable hueco, la nostalgia del absoluto. Frente a ella, la
humanidad.
Si
Goethe desdeña al individuo es porque cree que lo humano es
universal. Lo ve, por ejemplo, en el arte, en su superioridad que
procede de que es exclusivamente humano. “Como hombre, como
ciudadano, el poeta amará a su patria. Pero la patria de su fuerza y
de su actividad poética es el Bien, lo Noble y lo Bello,que no están
vinculados a ninguna provincia en especial, a ningún país en
especial, y que capta y forma allí donde los encuentra”. En el
arte reconocemos al otro y él nos reconoce. “Toda poesía nacional
es vana o llegará a serlo si no se basa en lo que ante todo hay de
humano”. “En el trato diario me interpongo entre mí mismo y mi
apariencia”. Para Goethe el pensamiento es dialógico, se produce,
no mediante los pesados tratados de sus contemporáneos, sino
observando sin juzgar y escuchando y compartiendo con el otro lo que
observo.
Goethe
murió en 1832 cuando el movimiento romántico ganaba la partida y se
extendía ominosamente por toda Europa. También hoy es difícil
aceptar como modelo el ideal clásico que encarnaba Goethe, el hombre más feliz del mundo.
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