El
populismo ha vuelto y no tiene pinta de
que
se vaya a ir. Se podría decir que es como el termómetro de la
democracia, nos indica hasta qué punto es grave la infección. Lo
peor es que ha ido prendiendo en todos los partidos que en mayor o
menor medida esperan que la inflamación social se convierta en éxito
electoral. Pero también en la opinión pública, en quienes la
manejan. Veamos el caso de la prisión permanente revisable. Los
partidos han ido subiendo la apuesta contra toda lógica y contra
toda necesidad. España no la tiene, es uno de los países con menor
índice de delincuencia y donde esa figura jurídica menos se
necesita, pero los partidos juegan con su espantajo. Los medios de
comunicación la convierten en espectáculo: por las teles y las
radios llevan pasando en un carrusel interminable los padres de las
victimas de la violencia sexual.
Por qué. Porque a los medios no les importa la reflexión serena,
sino el manejo de las emociones. Eso
es el populismo.
¿Acaso
los padres de las víctimas de violación, secuestro o asesinato
tienen una sabiduría especial que les haga ver con mayor claridad
cómo organizar el sistema penal? Porque parece que de eso se trata
en primera y única instancia, de endurecer las penas, de que la
actitud única frente a los delincuentes sea el castigo. No se
atreven, pero en muchos de ellos late el deseo que no osan explicitar
de devolver al sistema la pena de muerte. Lo de redimir al
delincuente o lo de prevenir pasó
a mejor vida, es del siglo pasado, pero
es que lo que debería ser propio del siglo XXI, la comprensión de
lo que sucede en la mente del delincuente no ha entrado en escena y
debería hacerlo ya.
Neurólogos es lo que el sistema necesita, hospitales o cárceles psiquiátricas
más que cárceles sin más. Pero nuestras autoridades son duras de
entendederas. Convendría
que leyeran, más allá del Marca, Laetitia
o el fin de los hombres
o vieran la serie Making
a Murderer.
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