viernes, 2 de febrero de 2018

Calle Este-Oeste, de Philippe Sands


            Cómo acercarnos al pasado, de quién fiarnos, de la supuesta objetividad de los historiadores o del recuerdo, tan volátil, de la memoria de quienes vivieron los acontecimientos. Es fácil desconfiar de unos y de otros, tan fácilmente influenciables por sus prejuicios, por sus heridas. Lo hemos visto en una polémica de estos días en El País donde se defendía unos y otras. Pero cómo deshacerse de los recuerdos personales. Es inevitable juzgar la historia mediante nuestras prevenciones. Por eso son tan interesantes los libros que combinan ambas cosas, que integran los recuerdos de los protagonistas, o sus huellas, en el objetivo marco general en que ocurrieron los hechos. Así, en este Calle Este-Oeste el autor sigue el rastro de un puñado de personas que se vieron afectadas por la convulsa Europa de los años 30 y 40. Los principales, Dos profesionales del derecho, Hersch Lauterpacht y Raphael Lemkin, nacidos el primero en la calle Este-Oeste, que da título al libro, la calle mayor de Zolkiew, el segundo en Bezwodne, actual Bielorrusia, estudiantes ambos en Lemberg, en la región de Galitzia, que perteneció en aquella época, sucesivamente, a Polonia, a Alemania, a Rusia y a Ucrania, cuyas familias se vieron obligadas a abandonarla, quienes pudieron, o bien acabaron en los campos de la muerte, de los que ha hablado Timothy Snyder en su imprescindible Tierras de sangre. 

               Pero también son protagonistas una misionera inglesa que se implicó en el salvamento de niños judíos, personas relacionadas con la propia familia judía del autor del libro, como su abuelo León Buchholz, que se refugió en Londres, y su abuela Rita que se quedó y pudo sobrevivir en Viena hasta el final de la guerra, quizá porque había encontrado un sustituto de su marido, Emil Lindenfeld, un comerciante que pudo disfrazar su condición judía, y también un nazi, Hans Frank, otro jurista, que se convirtió en el gobernador del Gobierno General de la Polonia ocupada por los nazis. Philippe Sands saca a la luz la vida casi olvidada de estas personas con métodos detectivescos lo que permite al lector hacerse una idea de la vida en Europa en los años de la violencia nazi. Conocemos más o menos los acontecimientos pero el método hace que empaticemos con quienes la padecieron. El libro es apasionante, me ha recordado otro libro extraordinario, La liebre de los ojos de ámbar, de Edmund de Waal, que hace una aproximación parecida a la historia rastreando la vida familiar en sucesivas épocas.

            Un capítulo especialmente interesante, quizá por el morbo que arrastran los jerifaltes nazis, es el dedicado a Hans Frank, gobernador de la Polonia ocupada y en primera línea del exterminio, pues en su zona estaban campos tan importantes como Treblinka, Sobibor o Belzec. Participó en la discusión prebélica sobre el incipiente derecho internacional, que el negaba pues no había otro, aducía, que el derivado de la soberanía nacional, uno de los hilos que van llevando el libro. Si los capítulos dedicados a Lauterpacht y Lemkin rastrean el origen de los conceptos de crimen contra la humanidad y genocidio, el tema principal de la investigación de Philippe Sands, que se aplican por vez primera en los juicios de Núremberg, el dedicado a Frank sitúa el contexto en que esos crímenes se produjeron. Frank era un hombre muy culto, amigo de escritores y músicos, él mismo tocaba el piano, amante del arte, en su despacho del castillo de Wawel, en Cracovia, entre otras obras requisadas tenía La dama del armiño de Leonardo da Vinci, de personalidad compleja, escribió ensayos sobre la justicia y consignó en 38 volúmenes su vida diaria como gobernador, que luego sirvieron como prueba en su encausamiento. Para explicar su personalidad Sands se nutre de ellos pero también de otros documentos, además de entrevistas con la gente que le conoció, especialmente del hijo menor de Frank, Niklas, consciente de los horrores de su padre. Y para que sea más novelesco o dramático, el autor contrapone la actitud de Niklas con la de otro hijo, Horst, este del gobernador nazi de Cracovia, Otto von Wächter, que trata por todos los medios de preservar la inocencia de su padre.

          La contraimagen de Frank es la historia de la familia del autor: algunos se quedaron en Lemberg o Lvov o Lwow o Lviv, que con todos esos nombres se conoció la ciudad que en buena medida constituyó el núcleo de los crímenes que sirvieron de base a la acusación en Nuremberg, otros huyeron a Viena y después a Londres, corriendo una suerte dispar. El libro tiene momentos de intriga como cuando el autor intenta averiguar por qué sus abuelos se separaron en 1939, ella en Viena y él en Londres, y qué pasó con su madre de un año de edad.

           Un tipo de libro cada vez más corriente, que combina el ensayo, las técnicas novelescas y la biografía, sin desdeñar la propia peripecia del autor al investigar y elaborarlo, para darnos a conocer historias reales, más interesantes que las producidas por la cansada ficción. Altamente recomendable.

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