martes, 23 de enero de 2018

Simbiontes



"El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido (…) es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido poco amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. E introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad". (Jordi Pujol en 1958 y 1976. “La inmigración, problema y esperanza de Cataluña”).


          Otra forma de ver esta cuestión que tanto nos fatiga es la biología, aunque estamos advertidos de la fuerza reductora de la analogía las comparaciones ayudan a mejorar la comprensión. El asunto catalán podría verse con los ojos del biólogo acostumbrado a mirar las comunidades simbióticas, en las que un organismo, un animal, el propio hombre contiene en su interior multitud de comunidades, un anfitrión que aloja a simbiontes -las bacterias, los fagos- con los que llega a un pacto más o menos estable que puede beneficiar a ambas partes. En cualquier sociedad hay muchas agrupaciones mutualistas, una de ellas puede ser la que une a las élites industriales financieras con la masa de trabajadores. Durante el franquismo, y aún antes, millones de trabajadores del sur acudieron a Cataluña en busca de trabajo, en busca de una forma de vivir más decente y aseada. Entonces se produjo un pacto, no necesariamente tácito: las élites locales les dijeron a los inmigrantes nosotros os damos trabajo y un lugar donde vivir y vosotros aceptáis que nos ocupemos de todo lo demás: desde la organización de la sociedad a la educación de vuestros hijos. Los trabajadores inmigrados bajaron la cabeza mientras limpiaban los retretes, barrían las naves industriales o conducían taxis y camionetas de reparto. No tenían voz y dejaron en manos de quienes decían que defendían sus intereses sus intereses. Durante décadas los trabajadores asumieron su condición minorizada. Políticos e intelectuales de derecha e izquierda les hicieron ver la naturalidad de ese reparto de papeles. Ese pacto mutualista sirvió un tiempo. En el ambiente se generó una atmósfera de paz y prosperidad tras los violentos conflictos sociales prerepublicanos y la ataraxia franquista, el oásis catalán bendecido por periodistas, escritores y partidos tanto de la izquierda como de la derecha. Por debajo, casi inaudible, había un rumor de malestar social por la desigualdad de las condiciones del pacto, pero no se le hacía mucho caso. 

           El pacto ha estallado cuando una de las partes, la que había establecido las condiciones a su favor, ha querido mejorar su posición, al considerar que su verdadero y único contrincante, en otra simbiosis más grande, el anfitrión con el que debía negociar como simbionte las nuevas condiciones de un pacto superior, el Estado, las élites representativas del Estado, estaba en una posición de debilidad, sin tener en cuenta, porque nunca lo ha hecho, que el primer pacto, el básico, era el que le permitía sustentar su poder de negociación. Para las élites catalanas la población trabajadora era una masa informe, desdeñable, sin voluntad y sin conciencia de su poder de negociación, microbios, bacterias o fagos, a los que no hacía falta tener en consideración. Han ignorado que esa masa se ha diversificado, que ha dejado de ser trabajadora sin más, que sus hijos, aunque en inferioridad de condiciones respecto a los hijos de las élites catalanas, han crecido y se niegan a asumir una condición de inferioridad. Así que tarde o temprano las élites financiero político periodísticas, dejando de lado los insultos y el desprecio, habrán de asumir la realidad y sentarse a negociar un nuevo pacto en el que tendrán que hacer las concesiones que nunca han estado dispuestos a hacer antes de sentarse con los que creen sus iguales, las élites de Madrid.

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