miércoles, 24 de enero de 2018

El cuento de la criada, de Margaret Atwood


           El Estado totalitario perfecto es aquel en el que los individuos de su sociedad no saben que están en un régimen totalitario, al menos en sus inicios. Los regímenes de ese tipo que surgieron en el siglo XX se instalaron con la anuencia de buena parte de la población porque deseaban que las promesas de sus profetas tomasen cuerpo. Una parte de la población se beneficia de inmediato del nuevo régimen, otra espera que los beneficios les alcancen y otra sufre calladamente el horror, el despojamiento de su dignidad y de sus bienes, la esclavitud, la muerte. La humanidad desde hace milenios se ha ido haciendo más sabia y más poderosa, lo que en parte nos ha ayudado a emanciparnos de la naturaleza y de la opresión, pero también ha generado formas refinadas de dominio y subyugación. El cuento de la criada de Margaret Atwood fue publicado en 1985, justo un año después de la fecha en que Orwell databa su famosa distopía, pero sólo ahora con la serie que emite HBO ha alcanzado el éxito, quizá porque ahora es más verosímil que un Estado como el descrito pueda verse realizado.

            Esta distopía alcanza su sentido en una sociedad puritana ahíta de feminismo. Las mujeres son devueltas a un sistema productivo donde el artículo más valioso es el fruto de su vientre. Imaginemos un mundo en el que una tras una catástrofe -medioambiental, nuclear, química- dejase a la mayor parte de las mujeres infértiles. La sociedad se organiza para proteger ese bien escaso. Aquí un grupo de puritanos -los comandantes- se hace con el poder, separa a los hombres y a las mujeres por colores y vestimentas, los estratifica con funciones marcadas bajo fundamentos religiosos y concentra los esfuerzos y el ideal común en tener hijos. La protagonista y narradora, la criada que cuenta la historia, es una de las mujeres asignadas a la reproducción. Para justificar la esclavitud, el acto de fertilización, una violación reglada, es despojado de todo carácter placentero, convertido en ceremonia religiosa, en el que se leen textos bíblicos y al que asiste toda la familia. Si las mujeres se rebelan son tratadas con violencia y en los casos más graves apedreadas hasta la muerte en un acto sacrificial ejecutado por sus propias compañeras o bien desterradas a unas colonias donde han de morir en poco tiempo expuestas a residuos tóxicos. El régimen puritano controla la vida entera de las mujeres, el tiempo y el habitáculo donde las confinan, la comida, el ocio, sus sentimientos. El cuento de la criada funciona como una fábula en la que extremando situaciones nos habla de cómo la situación de la mujer en cualquier sociedad patriarcal es el canario en la mina o el termómetro de la libertad en general: “La medida de la libertad que tenga una sociedad depende de la libertad de que disfruten las mujeres de esa sociedad” (Montesquieu).


Sólo muy poco a poco, con maestría, la autora va desvelando la organización del sistema, que se abre al mismo tiempo en la conciencia de la narradora y en la del lector. Y no del todo, pues añade un capítulo final donde en un supuesto congreso sobre un texto encontrado, en realidad 30 casetes grabados, termina por situarnos en la historia de ese régimen totalitario, la República de Gilead (Galaad), y el contexto particular de los personajes que aparecen.

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