No
sé si Lucrecia Martel tenía razón, cuando en una entrevista
reciente, nos alertaba del paso atrás que suponen las series, sigo
pensando que el mejor talento de ahora mismo está en la producción
y escritura de las series y que hay tantas que las hay buenas y
malas, pero lo que es seguro es que viendo una película como la
última de Steven Spielberg se puede decir que el cine no ha muerto y
que se puede seguir haciendo grandes films al estilo clásico. En Los
papeles del Pentágono, que
reconstruye un episodio de la historia de EE UU, cuando los
periódicos, en un momento tenso en que el país estaba enfangado en
la guerra de Vietnam, durante la presidencia de Nixon, ganaron
la partida a las mentiras del Ejecutivo, cada detalle está cuidado
al máximo y sólo alguien que conoce su oficio puede hacer una
película como esta, donde el vestuario, el maquillaje, la
escenografía y la interpretación están puestas al servicio del
espectáculo para que funcionen como un conjunto, y que sabiendo que
eso es así, sabiendo que los actores están interpretando, que el
charco que pisa el protagonista cuando se dirige al edificio del
periódico, que los dólares que recauda la niña con su limonada
mientras los mayores están atareados en los papeles, que las mujeres
que hacen hueco con admiración a Meryl Street cuando baja las
escaleras del Tribunal Supremo o que la columna de periódicos recién
impresos suben hacia los camiones de reparto son escenografías
milimétricamente cuidadas, que están puestas ahí no para hacer
verosímil la escena sino para provocar la emoción del espectador
como en el mejor cine de la época clásica, el espectador lo sabe,
recuerda que así eran aquellas películas y no le importa que no
atienda a las nuevas reglas del realismo porque le hace disfrutar y
lo único que le molesta es que la película se acabe porque seguiría
pegado a su butaca horas y horas.
La
otra cosa que pienso es cómo me gustaría que en mi país se
hiciesen películas como esta, que momentos históricos como los
meses posteriores a la muerte de Franco, el golpe del 23 F, la mañana
del 11 M o la tarde tragicómica del golpe del Parlament de Cataluña
se llevasen al cine para hacernos reflexionar o para hacernos sentir
partícipes de una historia común.
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