Si
el día es gris, sin embargo, el pensamiento es gris y la vida que
camina bajo el toldo gris se impregna de la fría humedad que la
envuelve. No nieva, así que despojada de la lenta cadencia
silenciosa, del deslizante crujir de las pisadas, del picoteo helado
en las mejillas, teme el frío abrazo de la lluvia, anticipo del otro
frío y duradero abrazo que la devolverá a la ausencia de la que
procede. La calle está vacía, unos pocos hunden sus ojos en el
noticioso papel de la cafetería. Noticioso sin noticia pues nada de
lo que cuenta tendrá sentido cuando el párpado del tiempo vuelva a
caer. “Rilke nos enseña / que el mundo no está en ningún lugar
sino en nosotros ”, proclama un poeta dentro de un artículo de ese
papel. Así es. Así no es. Por mi piel abrigada pero fría resbala
la cosa indiferente que es y seguirá siendo durante un tiempo más
grande que la vida. La vida piensa, piensa en su fragilidad, en su
brevísimo parpadeo. En el Arco de Santa María hay una exposición
de cuadros, colores, grumos, el fantasma perenne del paso de las
estaciones. Cuesta, entre las varias docenas, reconocer un punto de
vista. Un cuadro, una voz, un tañido lo necesita. Cada vida tiene
sentido si distingue una manera de mirar. Cuántas vidas
indiferenciadas, que salen y vuelven a la ausencia, sin ver, sin un
pálpito de emoción.
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