No
se entiende la actitud timorata, asustadiza, derrotista de quienes
muestran su desánimo tras los resultados del pasado 21D. No
comprenden cómo han cambiado las cosas porque no han prestado
atención a cómo estaban cambiando desde hace tiempo. Y lo que ha
sucedido es que la parte de la sociedad catalana a la que le estaban
haciendo bulling ha perdido el miedo. Nunca antes un partido
que defiende la libertad y la igualdad para todos con independencia
de su lengua, su lugar de nacimiento o su posición social había
quedado primero, en votos y en escaños. Maragall, en 1999, ganó en
votos, pero en escaños le ganó Pujol. Habrá quien sostenga que los
independentistas han ganado las elecciones, sí, lo han hecho en
asientos en el Parlamento, pero en la calle los no independentistas
son más, como muestra la suma total de votos. Y contra eso no podrán
hacer nada. Se acabó el sueño de la república particularista,
aunque ellos ya sabían que nacía muerto. Pero el hecho decisivo es
que la voz clara y concisa, la que dice que es mejor agregar que
desagregar, hermanarse en colectividades amplias y acogedoras:
Cataluña, España, Europa, se ha hecho poderosa, los que no se
atrevían a elevar su voz ahora pueden hacerlo sin miedo porque están
representados en el Parlament en igualdad de condiciones, con la
misma dignidad, que los que reclamaban todo el poder para la nación,
es decir, para la idea de nación restringida que han defendido y
siguen defendiendo como modo de defensa de intereses y privilegios
particulares. Los independentistas son muchos, dos millones, pero son
menos que el total de catalanes con derecho a voto, cinco millones.
Son recalcitrantes, o lo parece, hay que tener paciencia, tendrán
que comprender por sus propios medios que su actitud empobrece al
conjunto de catalanes, que a ellos mismos les empobrecerá, no sólo
económicamente, también en los demás aspectos de la vida, entre
ellos el moral, cuando lo hagan la sociedad catalana recuperará la
cordura y la autoestima.
sábado, 23 de diciembre de 2017
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