jueves, 23 de noviembre de 2017

Todo lo que hay, de James Salter



             No sé cuál fue el proceso de escritura de James Salter en Todo lo que hay. Escribió la novela muy tardíamente, con 88 años, la publicó en 2013. Cabe pensar que las casi 400 páginas no las compuso de un tirón, sino en periodos distintos de su vida. Me da la impresión que tenía algún viejo borrador en un cajón, lo recuperó y en su edad tardía lo remató añadiendo historias o rematándolas. Es una impresión de mi lectura. He leído las primeras páginas como si estuviese degustando los mejores bombones de chocolate de una caja que alguien me hubiese regalado. Las descripciones del final de la guerra en el Pacífico son memorables. Incluso he creído que el personaje central iba a ser Kimmel, que por tres veces se salva arrojándose de barcos de guerra que naufragan y que solo reaparece brevemente al final, aunque luego resulta ser Bowman. En algún momento la escritura hace crac y durante muchos capítulos el libro se llena de historias deslavazadas, de anécdotas poco interesantes y de amoríos confusos, con el leve hilo conductor de Bowman que no parece encontrar una vía para ordenar su vida, como sucede al lector en su aventura, siempre lo vemos buscando casa, con la impresión de que el escritor se ha dejado llevar por una especie de redacción mecánica. Pero, al final, el brío de la narración reaparece cuando entra en escena Christine y Bowman se enciende. Ese relato que se prolonga hasta el final, junto a otros personajes que ahora sí parecen estar atados al esqueleto central, da cuerpo a una novela que parecía desfalleciente.

             A través de alguno de sus personajes, generalmente dedicados a la edición de libros, el oficio del protagonista, Salter declara dos cosas sobre el arte de novelar, que las grandes obras no tienen por que conducir a ningún lado, que cuando las leemos no sabemos necesariamente adónde nos llevan, si es que nos llevan a algún sitio, y que los personajes se manifiesta en los diálogos. Y, efectivamente, Salter hace hablar a sus personajes, y mucho, y, en general, es a través de la charla como descubrimos su carácter, aunque tampoco desdeña los breves apuntes psicológicos o los detalles de status. Y aunque durante buena parte de la lectura andamos perdidos entre tanta historia y personajes, al final es imposible no ver que el autor intenta condensar en Bowman la vida de un hombre, cuya motivación principal es la conquista de las mujeres, sino el sexo tout court, y sus consecuencias felices y amargas al mismo tiempo, pero también la conciencia de vivir y del paso de la vida, su degradación, la decadencia y la muerte. Con lo que la novela de Salter viene a ser como las demás, el intento de trazar un sendero con sentido en el abrupto matorral que aparenta cualquier vida fragmentada.


            Salter conserva en esta novela el don de la concisión para construir sus breves relatos. No necesita extenderse para hacernos comprender una historia o lo esencial de un personaje, aún así peca aquí de un abuso de la adjetivación, del tipo: “reconfortantes luces encendidas” y de una especie de embellecimiento de la escritura que le hace decir: “Sus dientes eran tan blancos como tarjetas de visita”. O esta otra: “Le había sido concedida (Christine) como una bendición que probaba la existencia de Dios”. Hay escenas memorables como un baño en el Pacífico de Bowman y Christine, a quien acaba de conocer, donde la lucha contra las olas peligrosas es un trasunto de la pasión que los embarga, o el viaje en tren de dos personajes secundarios, Dena y Leon, cuyo viaje feliz a California es en realidad un viaje hacia la muerte o la escena del juicio donde se nos describe la inesperada traición de Christine o la escena de la seducción de Anet, la hija de Christine, donde Bowman planea su venganza. No deja de ser curioso que a la novela, donde el protagonista se mueve en el terreno de la edición de libros, le falte, justamente, la edición, es decir, que Todo lo que hay podría haber sido una gran novela si un buen editor la hubiese cogido entre sus manos.

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