jueves, 2 de noviembre de 2017

Las fases del Camino


       Marcho a ritmo vivo por los caminos del bosque, sobre la alfombra de hojas recién caídas, bajo la bóveda que tejen robles y hayas. El paseo es bonito, la temperatura agradable, me encuentro a poca gente, pero todavía no se ha producido el milagro del silencio. Oigo el carraspeo de los cuervos, el histérico grito de las lechuzas, la fea llamada de las gaviotas, aves siniestras a las que uno querría tener lejos. Pero aún no oigo el sonido del bosque porque eso sólo sucede cuando el silencio se ha hecho en mí. Y ese es el milagro que uno espera cuando se pone a caminar. Aún me posee la ciudad y sus ineludibles exigencias, el ruido de los sucesos, la carga de mi fatuo saber, toda la grasa acumulada que gradúa mi personalidad.

     A la altura de Bodenaya me topo a tres mujeres que hacen un breve descanso. Su acento me descoloca, resulta que son mejicanas. Tienen pocos días, apenas 13,  lo que les impide hacer en buenas condiciones el Primitivo. Les explico en qué consiste. Las cuatro semanas, y las cuatro fases, necesarias para que uno pueda experimentarlo: cansar el cuerpo, adaptarse, liberar la mente y el gramo de locura al final. Así que no creo que ellas en su breve tiempo puedan lograrlo. Lo mismo que puede que me ocurra a mí con mis dos semanas de primitivo. Reducir el Camino a mero deporte o a charleta con los amigos es interesante, pero es perder las posibilidades que ofrece.

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