miércoles, 29 de noviembre de 2017

Godless


                   Me gustan las pelis y las series del oeste, no todas, por supuesto, sino las que están bien hechas y responden a las reglas del código, aunque haya algunas que las reelaboren o se las salten. En general la literatura o el cine de género me aburren. Es raro encontrar una obra maestra entre ellas, quizá porque es difícil dar con el punto medio entre código y renovación. El arte siempre está renovándose, las obras maestras beben de la tradición al tiempo que abren caminos inexplorados. Se podría decir, incluso, que toda la literatura y todo el cine producen obras de género y que las obras que respetamos y que perduran son aquellas que más se saltan las reglas pero sin eliminarlas del todo. De todos los géneros el que más admiro es el western. Quizá porque de todos es el que mejor responde a nuestros ideales de justicia. En general, las historias que cuenta se desarrollan en amplios y luminosos paisajes, las injusticias son claras y contundentes, y los personajes que aparecen expresan contradicciones definidas y solventables, enfrentando a malvados y virtuosos, prepotentes e indefensos, perversos e inocentes. Los roles son diáfanos e incluso a los personajes dudosos o cobardes se les ofrece una segunda oportunidad de redención. A todos nos gustaría que nuestros principios morales pudiesen desarrollarse en condiciones nítidas, sin ambigüedad, donde supiésemos en cada momento dónde está el bien y dónde el mal y que nuestra actitud y comportamiento no ofreciese nunca dudas. Sabemos que en la vida real, salvo en contextos de fanatismo, las líneas de separación son brumosas, que se nos presentan dilemas entre los que es difícil optar, que nos cuesta pronunciarnos ante los actos de los demás, que un hecho no se da en una cámara de vacío, siempre hay circunstancias atenuantes, incluso en nosotros mismos vemos un lado oscuro que nos atemoriza. Por eso nos gustan los western porque podemos proyectar en ellos la realización de nuestros ideales puros.


                     Aunque el western parece un género en decadencia, la edad de oro de las series de televisión que estamos viviendo lo ha revitalizado con algunas creaciones magistrales. La mayor de todas, desde mi punto de vista, es Deadwood (2004-2006). También me han gustado, en mayor o menor grado, Westworld, Justified o Hatfields & McCoys. Ahora Netflix está pasando Godless (2017). Es breve, siete capítulos, lo cual es de agradecer. He dejado de ver en alguna temporada algunas series muy notables (Los soprano, Mad Men, The Wire, Breaking Bad) para liberarme de la esclavitud que supone darles tantas horas de mi tiempo, aunque haya disfrutado con ellas. Godless, respondiendo a las reglas del género, introduce algunas variaciones interesantes, que ya han sido ensayadas antes: la más llamativa, quizá, el papel que da a las mujeres. La acción sucede en un pueblo de mineros donde sólo quedan mujeres porque sus maridos murieron en un accidente. No es que los hombres desaparezcan, no, si es un western eso parece imposible, pero las mujeres asumen papeles que antes no se les asignaban, como el que interpreta Merritt Wever. Además casi todos los personajes que aparecen tienen algún elemento de complejidad, incluso el malvado, que es el más interesante de la serie, excelente Jeff Daniels, muy por encima del guapo protagonista. Aunque empieza a ser costumbre que los guapos, jóvenes y valientes protas sean cada vez más prescindibles. En fin, una serie muy recomendable.

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