jueves, 7 de diciembre de 2017

Le crime du comte Neville, de Amelie Nothomb



         
          El Destino. ¿Puede uno escapar al designio de los hados? Henri Neville es un conde belga al final de una saga familiar. Su familia está en la ruina y no le queda otra que vender el castillo. Pero antes se prepara para la última gran fiesta de despedida. Al mismo tiempo una vidente le augura que en esa fiesta matará a un invitado. Para colmo, Neville bautizó a sus dos primeros hijos como Oreste y Èlectre, y aunque a su tercera hija no la bautizó como Iphigenie, sino como Serieuse, todo lleva a que en la familia se reproduzca la tragedia de los átridas. Neville será Agamenón y Seriese su Ifigenia. La predicción no dice a quien matará Henri, solo que será a un invitado, pero tras varios descartes y una larga conversación con su hija adolescente, Henri llega a la convicción, no razonada, de que es su deber, reforzado por su raigambre aristocrática, cumplir con el deseo de su hija. Esta historia, que sigue paso a paso el relato de El crimen de sir Arthur Saville, de Oscar Wilde, es un cuento moral, a medio camino entre los cuentos infantiles donde lo irracional está permitido y la tragedia clásica donde los personajes son el juguete de las fuerzas del destino. El humor, la burla, la ironía son los mecanismos que permiten que el lector pase por sus inconsecuencias sin grave contratiempo para la verosimilitud. Conviene pues leer a la par ambos relatos, en una mano a Wilde y en la otra a Nothomb, para apreciar como se desenvuelve cada uno en el género burlesco, con lo que el disfrute será mayor.

                Amelie Nothomb con una escritura ágil y aparentemente liviana va llevando de la comedia al destino trágico a unos personajes que viven en un mundo que no es el suyo o que está dejando de serlo, atendiendo a unas convenciones antiguas, las de la nobleza, desterradas del mundo moderno. En el contraste entre lo antiguo y lo moderno, entre las viejas convenciones basadas en el honor y el deber y las nuevas, las del lector, está la gracia que hace marchar esta comedia. Lo mejor, los diálogos entre padre e hija, tanto que es esperable que alguien se atreva a convertir esta deliciosa novela en una comedia que se represente en el teatro. En general, a Amelie Nothomb podría aplicársele lo que Borges decía de Oscar Wilde que, a diferencia de otros escritores que tratan de parecer profundos, Wilde esencialmente lo era, aunque trataba de parecer frívolo.

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