sábado, 23 de septiembre de 2017

Detroit, de Kathryn Bigelow


             ¿Por qué es tan persistente el racismo, y el antisemitismo, y el sexismo? no lo sería si detrás no hubiese el interés personal de quienes abogan o toleran o se callan ante la evidente discriminación. Los negros nos quitan el trabajo y las chicas a los blancos, los judíos, al menos algunos de ellos, tienen instinto para los negocios y viven con gran lujo, los inmigrantes degradan nuestros barrios, las chicas quieren ocupar la misma sino mejor posición que nosotros. Si la igualdad no fuera papel mojado y todos tuviéramos que competir en igualdad de condiciones quién habría por debajo de mí, cómo resarciría mi baja autoestima. Así siente el racista o el antisemita o el sexista. La discriminación es una cuestión económica, también lo es social y psicológica. Proclamar derechos es muy fácil, activarlos a rajatabla es otro cantar. Por qué Jefferson no se deshizo de sus 600 esclavos o George Washington de sus 150. Franklin sí lo hizo y se convirtió en fervoroso antiesclavista. Por qué todavía no ha llegado ninguna mujer a la presidencia de EE UU, o a la de España o a la de Francia, y sólo hace poco un Obama a quien no se le da la consideración de negro negro. Cuándo veremos en Cataluña ocupar los puestos importantes a los catalanes de la inmigración, los apellidos de distintas procedencias igualmente representados, en proporción equivalente a la de su población, o cuando las tradicionales familias aparecerán en el nomenclator político en justa equivalencia con el resto de la población.

             El racismo y la discriminación es persistente como antes lo fue la esclavitud porque hay muchos que se benefician de su existencia. Detroit se basa en un suceso real acaecido en julio de 1967 en esa ciudad. La ciudad con violencia inusitada se convirtió en zona de guerra, con 43 muertos, 2.000 heridos y 7.000 detenidos. El combustible que la alimentó fue el racismo. En concreto, el guión reconstruye lo ocurrido la noche del 25 de julio en el motel Algiers, donde una serie de negros se habían refugiado de la violencia callejera. Un grupo de antidisturbios, policías estatales y miembros de la guardia nacional irrumpieron en el motel y les sometieron a una noche de terror con consecuencias trágicas. Con una planificación y un montaje muy elaborados se nos van mostrando distintos tipos de racismo en los diferentes policías que participan en “el juego mortal” para hacerles confesar dónde se halla una pistola inexistente. La película funciona como un thriller con policías racistas, negros inocentes y juicio con sentencias inaceptables. Kathryn Bigelow consigue durante las dos horas y media que dura la película que no despeguemos los ojos de la pantalla.

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