jueves, 13 de julio de 2017

¿Quién es ella?


           Responde a las preguntas de la evaluadora con titubeos, a veces con silencios prolongados y otras con una precisión sorprendente por inesperada. Son preguntas sencillas donde el objeto escurridizo es la memoria. También la comprensión de algunos procesos o el sentido de algunos conceptos: testamento, herencia, préstamo, donación, las tareas del día en la vida cotidiana, datar el tiempo, reconocer a los propios. La entrevistadora es paciente, afectuosa incluso. La memoria juega al escondite y a veces se muestra y otras no, arbitrariamente. La conciencia está más viva, como si aquella, la memoria, no le fuese del todo necesaria. La impresión que tengo, desde fuera, como observador, es como si su mente fuese un campo de nubes cerradas que solo de tanto en tanto se abre para que entre un rayo de luz. Esa relativa opacidad se traslada al habla. Le cuesta arrancar, las palabras se traban entre la lengua y los dientes y salen rotas, faltas de algunos sonidos necesarios para hacerse inteligibles. Aunque, a veces, parecen coger carrerilla, enderezarse y salir enteras. Por fin, a una de las muchas preguntas, un eslabón más en la búsqueda de orden en la mente, responde:

  • Se me van yendo las buenas cosas de la vida.

         Una frase certera. La mejor descripción de lo que le está sucediendo. Asombra que sea consciente de lo que le sucede, aunque un segundo después no sepa lo que acaba de decir. Es emocionante ser testigo de esos chispazos que resisten la desintegración. También es doloroso.

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