domingo, 23 de julio de 2017

1. ¡Es la guerra!


                Cuánto me gustaría que alguien reconstruyese los diálogos que aquel grupo de colegas, es posible que amigos, de la facultad de políticas de la Complutense, mantuvieron antes, durante y después del 15-M y que dieron origen a la nueva política. Supongo que algo se pudo recoger en las tertulias televisivas del programa La Tuerka, pero me temo que no con la franqueza de las charlas no grabadas en la cafetería o en los despachos. Me gustaría oír lo que no podían decir en público o solo muy entre líneas, para los entendidos, lo que les animó a saltar al ruedo, más allá de la creencia largo tiempo alimentada, y que aparece en los textos teóricos de sus maestros neocomunistas (Rancière, Badiou, Laclau, Negri, Zizek), de la inautenticidad de la democracia liberal realmente existente, esa farsa política que pende de los hilos de los poderosos y que no atiende los reales problemas de la gente. Y qué era lo que no podían decir abiertamente, la idea neocomunista, tomada del del viejo nazi Carl Scmitt, de que la política es una guerra entre enemigos y amigos, un conflicto permanente entre los poderosos y el pueblo: fuera del esquema antagónico no hay auténtica política sino sólo “administración pura dentro de un marco institucional estable” (Laclau). No otra cosa es la política sino guerra a muerte, pues solo la guerra a muerte, aunque sea una guerra temporalmente suspendida, da sentido a la acción política y al deseo oculto, inconsciente, de la gente, “y quizá el más auténtico, el deseo de muerte, matar y morir, sin el que las revoluciones y las guerras no serían nada” (J.L. Pardo, Estudios del malestar), y como no podían decirlo alentaban, alientan, a los que sí lo decían o incluso utilizaban la violencia en su enfrenamiento directo con el Estado de Derecho, a quienes veían como aliados y actores, a la destrucción del Estado liberal, ya fuesen jóvenes ebrios de violencia, ex etarras o independentistas. Esa idea de la política como guerra y la creencia de que el 15-M era el acontecimiento inesperado e imprevisible, consecuencia de la crisis, que pondría en marcha la galerna destructiva, el acontecimiento tanto tiempo esperado cuya fuerza controlada y dirigida por ellos haría posible la toma del poder por el general más sabio, el que detecta el momento para instaurar una nueva legalidad, un nuevo Derechjo, les llevó a lanzarse a la arena.

                 Tiene que ser frustrante, y me gustaría igualmente poner el oído en las conversaciones actuales de amigos, los que permanecen tras las sucesivas espantadas y purgas, ver como pasa el acontecimiento imprevisto sin que cumpla su promesa, cómo después de que  durante meses pareció posible no sólo tocar los cielos sino alcanzarlos, ahora el pájaro vuele demasiado alto y no quede otra que sentarse en el despreciado Parlamento a discutir y en algún caso acordar leyes y normas, a perder las horas en el aburrido trabajo de comisiones, debates y compadreo, con los odiados enemigos a los que se creía ineludiblemente derrotados, porque la democracia televisiva de la que son consumados actores, fuera del entretenido espectáculo, ya no da para más. Aunque siempre cabe esperar que la nueva travesía sea más corta y la próxima crisis más virulenta de modo que el líder pueda avizorar con tiempo el nuevo acontecimiento imprevisto y estar mejor preparado para asaltar los cielos. Mientras tanto es un consuelo que hasta del bando enemigo vengan los elogios, aunque cabe la sospecha de que si ahora se hacen es porque se ha visto que los cuernos están afeitados o que el peligro ha pasado.

               Mi deseo de oír lo que los fundadores del partido no pueden confesar no lo he podido satisfacer viendo la buena película que Fernando León de Aranoa dedicó al grupo, Política, manual de instrucciones, pero algo se intuye en el carácter de los personajes que protagonizan película y partido, Íñigo Errejón, imbuido de la trascendente misión de construir hegemonía y pueblo, Pablo, algo más modesto en el plano teórico, pero infinitamente ambicioso como conductor que espera ser de ese pueblo o gente moldeable, Juan Carlos Monedero, frustrado por no haber sabido aprovechar las condiciones históricas de posibilidad, es decir, impotente el ver cómo el pájaro vuela y se esfuma el empleo prometido. Pero es Pablo quien se atreve más, quien aparece como el soberano fundador que se salta las reglas con violencia más o menos simbólica (“Asalta el congreso”) para dar origen a una nueva legislación, de acuerdo con la tradición revolucionaria (“El cielo no se toma por consenso, se toma por asalto”) y quien decide quién es el enemigo para poder existir y sobre todo quien detecta el momento de fortuna, el acontecimiento que hace posible el revolcón del Estado y sus instituciones.

               Pero quién quiere la guerra en nuestras aburguesadas sociedades de clase media. Todo comenzó como el gran exabrupto que es cualquier rebelión juvenil, parecía una broma que se fue tornando seria a medida que la Sexta la acunó en sus brazos, pero que tras varios procesos electorales vuelve a parecer una broma que se torna seria que se vuelve broma. 
                   

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