viernes, 23 de junio de 2017

Un fantasma corroe el mundo



                                   "¿Has nacido en los Països Catalans o en el Estado español?”


              Un fantasma corroe las hasta hace poco tranquilas sociedades occidentales, el fantasma de la identidad. La brecha que azuzaba el conflicto ya no es la que separa a los pobres de los ricos, o no primordialmente, sino la que establecen los embudos mentales que han ido fabricando nuestras restrictivas visiones del mundo. Religión, etnia, género, inclinación sexual, nación. Pero así como la división social que la desigualdad económica establecía era porosa, susceptible de ruptura, promoción y cambio de estatus y mejora, los grupos de identidad establecen barreras insalvables, guetos, burbujas que delimitan dentro y fuera, nosotros y ellos, con castigos económicos y sociales, pero básicamente simbólicos a quienes osan transgredir las normas del grupo o salir de él.

            La lucha por la mejora económica establecía objetivos, horizontes, metas y la solidaridad de clase luchaba por alcanzarlos. La realidad era analizada en función de ganancias y pérdidas, de avances y retrocesos en función de los datos, puntos de partida y puntos de llegada. Aparte de la extravagancia de los enormemente ricos, la sociedad occidental se está igualando por el medio con algunas balsas de pobreza más o menos cauterizadas. Los grupos de identidad son cerrados, centrífugos, con un uso del lenguaje simbólico. Los hechos, los datos, el pasado y el futuro se rehacen en busca de la cohesión y la cerrazón por encima de la realidad objetiva (de la verdad).

            Muchos movimientos y partidos que pasan por progresistas en realidad se encuadran en la reacción de la identidad. No es ninguna novedad, es una vuelta con ropajes nuevos a la nostalgia de la tribu. Los combativos militantes de los grupos de identidad no se conciben como individuos con deberes y responsabilidades separadas sino que su pertenencia al grupo los hace sujetos de derechos y privilegios colectivos. Los miembros del colectivo LGTB, por ejemplo, no hablan de su problema personal sino de agravio u orgullo colectivo.

            Nuestro magma mental está atravesado por múltiples identidades, pero no todas tienen la misma fuerza. Las hay fluidas e inocuas como el fanatismo deportivo y las hay estancas y graníticas como la fe religiosa o la afirmación nacional. Las primeras se conforman con una pertenencia simbólica y una gratificación temporal, las otras buscan un sello eterno, que perdure más allá del tiempo histórico, con un valor superior a la propia vida. En determinadas circunstancias se convierten, en feliz expresión de Amin Malouf, en identidades asesinas.


            Si el fantasma del comunismo, que buscaba una gratificación terrenal, la igualdad económica y social de los hombres, sembró de millones de cadáveres el siglo XX, el fantasma de la identidad, que también hizo de las suyas en el mismo siglo, con objetivos inmateriales, se convierte en la gran amenaza del siglo XXI. Con la edición biotecnológica al cabo de la esquina, el mundo puede dotar a la bestia de la tribu con armas de construcción y destrucción masiva, individuos a la carta convertidos en falanges de identidad.

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