sábado, 3 de junio de 2017

2. Negombo



      El tormentón solo llega por la tarde, cuando la luz se ha desecho en la calima. La ligera brisa que arrastra la lluvia baja la temperatura cinco grados. Ya se puede respirar. En el hotel un grupito de españoles, franceses, alemanes -están por todos sitios- y algún inglés. Y una boda que parece que viene de la India, con saris, fotos, música y danza. Negombo es una ciudad turística, si se puede llamar ciudad a este abigarramiento de gentes, tiendas que no distinguen entre lo cerrado y lo abierto, templos de cuatro religiones, calzadas que son calles y carretera para el libre uso de personas o vehículos sin normas precisas de movimiento y mucho color, en general desgastado como todas las cosas sometidas al calor. La cercanía al aeropuerto hace que los turistas comiencen aquí su viaje o lo acaben, lo que ha hecho que sus actividades tradicionales adquieran esa pátina de artifiosidad que añade el turismo a cuanto fotografía. La salida y llegada de barcas y catamaranes al amanecer a la lonja local, poco más que una pista de cemento solo parcialmente cubierta. El secadero de pescado en la arena de la playa, largos trozos de plástico extendido sobre los que se echan distintos tipos de peces, troceados o enteros, en distinta fase de secado y sobre los que corren perros o cuervos que desprecian o picotean aquí o allá sin que nadie les moleste. Lo de los cuervos en esta ciudad es un derroche de la naturaleza inmoderada, ni Hitchcock dispuso de tantos para hacer su película. Creo que hay más que humanos y ambos se tratan como si fueran por igual vecinos de esta ciudad con iguales derechos.

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