domingo, 4 de junio de 2017

3. Budismo



      Estamos en época del monzón de primavera, en esta parte de la isla, pero la tormenta aparece cuando quiere. Ayer tocó a última hora de la tarde, ya caído el sol. Y llovió como supongo que llueve en esta época. Hoy sin embargo el cielo ha permanecido quieto, incluso cubierto, lo que ha hecho que el paseo por los monasterios budistas fuese relajado, tranquilo. Al estuco pintado de los templos hinduístas lo mejoran sin duda las fallas valencianas, pero los monasterios budistas son otra cosa. Cientos de personas en peregrinación, ellas de blanco inmaculado y ellos con ropa sencilla y digna, en silencio y con una sonrisa para todo el mundo que se cruza con ellos, llevando bandejas de flores hasta la estupa o dagoba, una gran estructura semiesférica o túmulo funerario de blanco deslumbrante -el blanco es el color del luto aquí- y macizo que debe guardar las cenizas de Buda o reliquias suyas. En la de Mihintale había hoy una celebración tras la procesión, con ofrendas en recipientes de oro y plata, acompañada de músicos y monjes de distintas categorías. Los peregrinos suben más de mil escalones y arriba se encuentran con el templo y la dagoba, una gran estatua de Buda y un risco rocoso todo lleno de banderines con los colores budistas, desde el que se divisa un extenso paisaje con campos de arroz a un lado, al otro la jungla y más allá las breves montañas de esta isla o eso parecen en la distancia. Como el resto de peregrinos nos hemos tenido que cubrir los hombros, descalzarnos y ponernos un pareo para cubrir las pecaminosas rodillas. El hotel al que llegamos esta en plena jungla y está por ver qué significa eso.
       

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