miércoles, 14 de junio de 2017

13. Museo Nacional



Todo país que se precie ha de tener su museo nacional, construir un pasado que vaya hilando con los restos de culturas dispares en el tiempo y en el espacio una historia que dé sentido a la actual nación unificada. El edificio de origen británico en el que se arropa el sentido de este país es imponente, en el estilo imperial británico. Se privilegian las huellas pictóricas y escultóricas, mapas y otros tipos de documentación de los antiguos reinos con capitales sucesivas en Anuradhapura, Polonnaruwa y Kandy y al budismo sobre las otras religiones de la isla y apenas se da cuenta del pasado colonial, desde que en 1505 llegaran los portugueses hasta la independencia de los británicos en 1948. En la vida práctica de sus gentes esos cuatro siglos y medio han tenido mucho que ver, transformaron su vida, cambiaron el paisaje, urbanizaron la isla, crearon las instituciones, pero en el imaginario de la nación fabricada el largo y antiguo pasado es más fácil de domesticar. Tampoco hay noticia de la larga guerra entre cingaleses y tamiles que ha asolado la isla en las últimas décadas. El trazo de la historia se mantiene mientras mientras dura el dominio del grupo que manda, pero en estas tierras tropicales nada es duradero, todo lo nuevo aparece con el sello de la corrosión.

Hay un instinto natural de los orientales hacia el comercio. En las ciudades, en los márgenes de las carreteras, en los lugares de aglomeración hay una tienda, un tinglado o un hombre con su carga a cuestas tentando a cualquiera que pase por allí. La mayoría de los productos tienen poco valor pero hay a quien le gusta el arte del regateo y ofrece poco por algo que no vale nada.

Es el último día y la comida es en la última planta de un edificio comercial. He pasado mala noche. Si existe alguna maldición que afecte al turista descreído aquí debería ser la de Ashoka el fundador indio que habría enviado a su hijo Mahinda, en el siglo III ac, a introducir el budismo theravāda en la isla. La comida como por doquier es ardientemente especiada así que no puedo comer nada. El menú cuesta 1900 rupias lo que me parece prohibitivo para la gente de aquí. Solo se ven oficinistas trajeados con coloridas corbatas.

La salida de la ciudad es espantosa, un atasco interminable antes de llegar al aeropuerto, hacer escala en la impersonal Abu Dhabi y llegar a Madrid.

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