viernes, 16 de junio de 2017

14. Isla resplandeciente



    Horace Walpole acuñó el término serendipia para definir un hallazgo afortunado cuando se buscaba otra cosa. El nombre procede del que los antiguos pesas daban a la isla de Ceilán, Serendipia. Qué queda de aquella sorpresa inesperada. Miro los cocoteros y veo a Cezanne. Así son los cocoteros, como me los mostró Cezanne. Lo mismo me pasa con los cingaleses o los tamiles o los indios, ya los tenía vistos antes de verlos. Cocodrilos y varanos, elefantes y macacos. Las playas con este color de arena, la sal fluyendo en la cresta de las olas. Los pescadores de palo, las tiendas asiáticas tan llenas en todos los sentidos, con su abigarrada publicidad, sus amables pero pesados vendedores, el cielo curvándose al atardecer como en una esfera sobre el mar. Todo visto ya, sin que nada altere mi dormida percepción. El olor especiado, el picante en todas las comidas, la sonrisa de estas gentes, un agradable automatismo. La sutil, casi invisible estratificación social. Los mochileros como interminable y avasalladora nube de langostas. Quizá no tanto la omnipresencia de los cuervos, tan apegados a lo humano, más atrevidos que nuestras palomas para robarte una salchicha del plato. Es la superficie, pero desde Valèry sabemos que no hay nada más profundo que la piel. Todo lo demás, las estupas, las iglesias y mezquitas, las procesiones y su colorido, los novios luciendo ropajes de maharajá en sus interminables sesiones fotográficas, secundario, contingente, apósitos para las heridas que la vida nos inflige.

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