martes, 16 de mayo de 2017

Vulgaridad



          Prestemos atención, veinte segundos bastan, a alguno de los anuncios que nos asaltan por doquier. Son el mejor termómetro de nuestras preocupaciones, la mejor imagen de nuestro tejido psíquico. Es una imagen que espanta. No parece que los fabriquen las mentes más brillantes de este tiempo. O acaso sí. ¡Los más brillantes, en el mundo de la publicidad! No parecen tener un gran aprecio por aquellos a quienes se dirigen. Nos tratan como a niños. Toda la publicidad es infantil. Esa simplicidad ha llegado a la política. La política es la publicidad abreviada, en el ABC de la retórica. Creía, como tantos, que los españoles que se dedican a ese oficio eran los más torpes, aquel de la rama familiar que no valía para otra cosa lo colocaban en el partido. Véase Oriol Pujol. Pero ahí está ese racimo de primeros espadas internacional: Trump (Me pasan información de inteligencia fantástica. Tengo a gente que me pasa información fantástica todos los días”), Putin, Erdogan, el coreano. Ágrafos, viles, brutalmente simples. 

         El debate de ayer entre los tres del PSOE fue desolador: no hablaron al país, ni al futuro. Ninguno ofreció una sola idea. Los tres entregados a la actualidad, la actualidad como único credo. Entre el insulto a sus adversarios y la falta de sustancia.

          La vulgaridad es el sino del tiempo. Vila-Matas es de nuestros escritores el que tiene mejor calibrada la brújula, sabe en cada momento sacar la cita más precisa:
“Nabokov le dijo a Juan José Saer en un sueño que tuvo el escritor argentino, el 14 de marzo de 1995: “Quizás nuestra sociedad obliga hoy en día al artista a entregarse a la vulgaridad, igual que hace un siglo obligaba a los poetas malditos a abandonarse al ajenjo”. De algún modo, recordar ese sueño antiguo me emociona al desplazarme fuera de este devorador presente tan atado solo al presente, a este “tiempo sin tiempo” que bloquea el pasado y no tiene capacidad alguna para anticipar el mañana”. 

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