Desde
El diablo cojuelo,
y aún antes, los escritores saben de la insaciable curiosidad que
media humanidad siente por saber qué hacen sus vecinos en la
intimidad de sus cuartos. El diablo de Luis Vélez de Guevara
levantaba los tejados del Madrid barroco, el voyeur de Talese coloca
una rejilla en el techo de las habitaciones donde aloja a los
clientes de su motel, Manor House, para ver las cochinadas -lástima
de palabra en desuso- a que se entregan. Ese impulso también lo
conocen los guionistas de la telerrealidad, lo saben y azuzan el
vicio, cada vez menos oculto, de observar a través de la pantalla de
televisión a nuestros congéneres.
Para
ser un libro de no ficción, como no se cansa de repetir Gay Talese,
está lleno de personajes que, como en las novelas de género, y esta
lo es, aparecen con nombres ficticios o apodos: el voyeur, la pareja
de Wychita, la morena de Los Ángeles. El propio autor se presenta
así mismo como personaje: como confesor o corresponsal de Gerald
Foos, el propietario y voyeur del Motel, a quien este envía
transcripciones de sus sesiones de espionaje. El autor expresa las
dudas morales y legales en que incurre Foos, pero él mismo, que no
rompe la relación ni denuncia, es cómplice de una actividad que no
cuenta con la voluntad de los espiados.
Da
igual que Talese afirme que la narración de Foos es poco fiable.
Como en los vídeos porno, sabe que todo es representación. Lo que
vamos leyendo en este libro ha pasado por tantas manos y tantas
versiones que su relación con escenas de la vida real no importa demasiado.
Foos escribió lo que quiso: tomaba notas o las dictaba a su mujer y
luego las reescribía. Talese ha seleccionado del diario de Foos y de
su correspondencia lo que ha querido. Pura ficción, pues. La
prevención moral de Talese o las excusas de Gerald Foos, adornando
su actividad con justificaciones sociológicas, un laboratorio casero
para observar el cambio de costumbres sexuales en las décadas de los
70 y 80, producen tanta risa como lo que decía Mercedes Milá a
propósito del Gran Hermano de Telecinco.
Cuando
se publicó El motel del voyeur se levantó un cierto
escándalo. ¿Hasta qué punto se podía publicar una narración
cuyos hechos verídicos se obtuvieron de forma ilegal, sin el
consentimiento de los hombres y mujeres observados en la intimidad de
las habitaciones de un motel? Artículos de periódico pusieron en
duda el relato del voyeur. El propio Gay Talese afirma en una nota
final del libro que Gerald Foos es poco de fiar. ¿Importa algo? Al
que se sumerja en estas páginas esos hechos le importan poco. Lee el
libro atraído por el morbo de ver en acción a sus vecinos, y sean
ciertos o falsos los hechos que se relatan para él con ser
verosímiles le basta. Hasta el asesinato que Foos dice haber
presenciado en la habitación número 10 de su motel en noviembre de
1977 nos parece un episodio novelesco. De hecho, en los archivos de
la policía de Denver, ciudad en la que discurre la acción, no hay
constancia de tal suceso. La no ficción de Gay Talese es una filfa.
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