miércoles, 17 de mayo de 2017

El motel del voyeur, de Gay Talese


           Desde El diablo cojuelo, y aún antes, los escritores saben de la insaciable curiosidad que media humanidad siente por saber qué hacen sus vecinos en la intimidad de sus cuartos. El diablo de Luis Vélez de Guevara levantaba los tejados del Madrid barroco, el voyeur de Talese coloca una rejilla en el techo de las habitaciones donde aloja a los clientes de su motel, Manor House, para ver las cochinadas -lástima de palabra en desuso- a que se entregan. Ese impulso también lo conocen los guionistas de la telerrealidad, lo saben y azuzan el vicio, cada vez menos oculto, de observar a través de la pantalla de televisión a nuestros congéneres.

          Para ser un libro de no ficción, como no se cansa de repetir Gay Talese, está lleno de personajes que, como en las novelas de género, y esta lo es, aparecen con nombres ficticios o apodos: el voyeur, la pareja de Wychita, la morena de Los Ángeles. El propio autor se presenta así mismo como personaje: como confesor o corresponsal de Gerald Foos, el propietario y voyeur del Motel, a quien este envía transcripciones de sus sesiones de espionaje. El autor expresa las dudas morales y legales en que incurre Foos, pero él mismo, que no rompe la relación ni denuncia, es cómplice de una actividad que no cuenta con la voluntad de los espiados.
Da igual que Talese afirme que la narración de Foos es poco fiable. Como en los vídeos porno, sabe que todo es representación. Lo que vamos leyendo en este libro ha pasado por tantas manos y tantas versiones que su relación con escenas de la vida real no importa demasiado. Foos escribió lo que quiso: tomaba notas o las dictaba a su mujer y luego las reescribía. Talese ha seleccionado del diario de Foos y de su correspondencia lo que ha querido. Pura ficción, pues. La prevención moral de Talese o las excusas de Gerald Foos, adornando su actividad con justificaciones sociológicas, un laboratorio casero para observar el cambio de costumbres sexuales en las décadas de los 70 y 80, producen tanta risa como lo que decía Mercedes Milá a propósito del Gran Hermano de Telecinco.


         Cuando se publicó El motel del voyeur se levantó un cierto escándalo. ¿Hasta qué punto se podía publicar una narración cuyos hechos verídicos se obtuvieron de forma ilegal, sin el consentimiento de los hombres y mujeres observados en la intimidad de las habitaciones de un motel? Artículos de periódico pusieron en duda el relato del voyeur. El propio Gay Talese afirma en una nota final del libro que Gerald Foos es poco de fiar. ¿Importa algo? Al que se sumerja en estas páginas esos hechos le importan poco. Lee el libro atraído por el morbo de ver en acción a sus vecinos, y sean ciertos o falsos los hechos que se relatan para él con ser verosímiles le basta. Hasta el asesinato que Foos dice haber presenciado en la habitación número 10 de su motel en noviembre de 1977 nos parece un episodio novelesco. De hecho, en los archivos de la policía de Denver, ciudad en la que discurre la acción, no hay constancia de tal suceso. La no ficción de Gay Talese es una filfa.

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