miércoles, 24 de mayo de 2017

Trincheras de odio


Salman Abedi, identificado por la policía como el terrorista de Mánchester

          Los gitanos como grupo étnico y los musulmanes como colectivo religioso nada tienen que ver con el individuo de 18 años que de un puñetazo fulminó a un anciano de 81 años en Torrejón de Ardoz, ni con el ignominioso atentado de Manchester que mató a 22 personas. Los psicólogos, los psiquiatras o los neurólogos son quienes deben tener la última palabra para explicar y contener esas conductas que llevan al homicidio, pero está bien que se sepa que el primero era gitano y el segundo musulmán. Ambos colectivos o minorías étnicas o religiosas en nuestros países reclaman un estatus especial, prefieren vivir en algunos aspectos de su vida separadamente.Manifiestan su fiera identidad desde hace siglos. Están en su derecho a reclamarse diferentes y el resto de la sociedad debe respetar su voluntad. Pero si quieren vivir una vida separada deben asegurarnos que ese modo de vida no implica una amenaza para el resto de la sociedad o para sí mismos. Por ello, cada vez que ocurre un hecho grave que quiebra la convivencia deberían ser los primeros interesados en reclamar un justo castigo para los miembros de su grupo que haya participado y asegurarnos de ese modo que vivir una vida separada no implica desconocer la ley. Por eso sorprende que las comunidades islámicas europeas cada vez que hay un atentado con muertos que se realiza en su nombre no salgan a manifestarse y condenar. Lo mismo sucede cuando hay hechos delictivos en los que está implicado alguien de etnia gitana. Y lo mismo debería suceder si alguien matase en nombre del cristianismo o en nombre del Atlético de Madrid. O lo que en su momento tenía que haber hecho el nacionalismo vasco.

         En cuanto a los demás, necesitamos saber aquello que libere nuestra mente de la sospecha y el prejuicio. Necesitamos que se nos confirme que efectivamente el joven -no sé su nombre- del puñetazo mortal es gitano y que Salman Abedi, el terrorista de Manchester, es musulmán, pero que el colectivo gitano y la comunidad musulmana les repudian, abominan de cualquier relación entre el crimen y su identidad separada y proclamada. Ser musulmán o cristiano, gitano o payo no hace al criminal. Ese tipo de conducta es un desarreglo de la mente que hay que reparar y, si es posible, rescatar del pozo al individuo que ha caído, si eso tiene remedio.

          Es así, necesitamos la confirmación: que ser gitano no es una condena que se torna en agresión, que ser musulmán es sólo un credo inocente. Si no la distancia entre ellos y el resto, entre los que se proclaman diferentes y los que no, se irá afianzando, creciendo las trincheras de la desconfianza y el odio. Si no es así entonces habrá que pensar:
Sobre la esperanza: he sabido de las últimas matanzas como consecuencia de la búsqueda de sueños de la otra vida. Caos en este mundo, felicidad en el otro. Jóvenes de barba reciente, hermosa tez y largas armas de fuego en el Boulevard Voltaire, mirando a los ojos incrédulos y hermosos de su propia generación. No fue el odio lo que mató a los inocentes, sino la fe, ese fantasma famélico, todavía venerado, incluso en barrios más tranquilos. Hace mucho tiempo alguien sentenció que la certeza infundada era una virtud. Ahora lo dice la gente más educada. He oído las retransmisiones de las mañanas de domingo de las catedrales. Los espectros más virtuosos de Europa, la religión y, cuando ésta ha flaqueado, las utopías ateas, hasta los topes de pruebas científicas, han calcinado juntos la tierra desde el siglo X hasta el XX. Y aquí están otra vez, nacidos en Oriente, buscando su milenio, enseñando a los niños pequeños a degollar a sus ositos”. (Cáscara de nuez. Ian McEwan).

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