domingo, 28 de mayo de 2017

The Jinx: The Life and Deaths of Robert Durst



            Cuando comienzo a ver este documental con formato de serie ya sé lo esencial. Robert Durst de una familia de magnates inmobiliarios de New York es sospechoso del asesinato de tres personas: de su mujer Kathleen McCormack, que desapareció sin dejar rastro en 1982, tras pedir el divorcio; de Susan Berman, amiga de Durst, que murió de un disparo en la cabeza, en el 2000, tras declarar ante la policía sobre lo que sabía del asunto McCormack; y de un vecino, cuando Durst quiso esconderse en un pueblo de Texas, cuyo cuerpo apareció desmembrado en 2003, asunto del que Durst fue juzgado y absuelto pese a admitir que lo descuartizó. También sé que el documental de Andrew Jarecki fue determinante para reabrir los casos. 

            Jarecki consiguió entrevistar ante las cámaras por dos veces a Durst. Los seis episodios de que consta son una mezcla de material de archivo, grabaciones de lugares con los que Robert Durst tiene algo que ver, entrevistas con gente relacionada con los casos y, especialmente, las conversaciones a las que Durst se ofreció voluntario. Jarecki se demora en los detalles, una fotografía, un documento, una pared desportillada, el silencio que sigue a una frase de Durst. Va creando el ritmo que hace que los hechos cobren sentido y este sea irreversible e incuestionable.

             El atractivo de esta serie es precisamente ver como trabaja la mente del asesino, cómo simula, cómo interpreta las pruebas que lo delatan, como gesticula, cómo modula su aparentemente impasible rostro. Tenemos un personaje de carácter, un actor consumado, a ratos frío y cerebral, a ratos emergiendo a tientas de la niebla del desconocido mundo mental. Un personaje que surge no de la página en blanco de un guionista inspirado, sino de la vida real. 

             Pero sobre todo quiero ver lo que sé que ocurrió al final de la última entrevista, lo que la convirtió en noticia y saltó a los informativos de medio mundo. Cómo, cuando las cámaras ya estaban desconectadas, los personajes fuera del escenario del drama, las luces de la sala apagadas, Robert Durst se dirige al water para aliviar su vejiga, sin desprenderse del micrófono de la grabación y sin saber que no ha sido desconectado (¿o sí?), ahora con la pantalla en negro, comienza a hablar.

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