No
es solo el tema de espías y contraespías, el malvado de una pieza
traficante de armas sin alma, los árabes con dinero dispuestos a lo
que sea, los funcionarios corruptos, los hoteles y mansiones lujosas
de grandes ciudades, islas paradisíacas y montañas nevadas, los
héroes de una pieza entregados a la acción y jugándose la vida al
límite, escenarios de un tiempo pasado y de una estética ampulosa,
tipo James Bond 007, es que los actores jóvenes y guapos están ahí
para posar, darse unos besos y mostrar un gesto duro o dulce según
convenga, entre el gesto dramático insípido y la sensualidad de
antiguo anuncio papel couché. Salvo Hugh Laurie, cuya sola presencia
resuelve la mayoría de las escenas, todo lo demás remite a un
pasado al que la BBC, la productora, cree que todavía puede
exprimir.
No
digo que la serie -2016, seis episodios- no sea entretenida, lo justo
para tirarse en el sofá al final del día para que la mente vaya
reposando y se prepare para el sueño reparador. Ni John le Carré,
el responsable de la novela -1993- en que se basa la serie, ni
Susanne Bier, directora danesa en horas bajas, tras haber realizado 5
o 6 buenas películas -Hermanos, Después de la boda, En un mundo
mejor- consiguen que el producto esté a la altura de las buenas
series que se hacen en la actualidad.
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