domingo, 14 de mayo de 2017

El infiltrado


        No es solo el tema de espías y contraespías, el malvado de una pieza traficante de armas sin alma, los árabes con dinero dispuestos a lo que sea, los funcionarios corruptos, los hoteles y mansiones lujosas de grandes ciudades, islas paradisíacas y montañas nevadas, los héroes de una pieza entregados a la acción y jugándose la vida al límite, escenarios de un tiempo pasado y de una estética ampulosa, tipo James Bond 007, es que los actores jóvenes y guapos están ahí para posar, darse unos besos y mostrar un gesto duro o dulce según convenga, entre el gesto dramático insípido y la sensualidad de antiguo anuncio papel couché. Salvo Hugh Laurie, cuya sola presencia resuelve la mayoría de las escenas, todo lo demás remite a un pasado al que la BBC, la productora, cree que todavía puede exprimir.

      No digo que la serie -2016, seis episodios- no sea entretenida, lo justo para tirarse en el sofá al final del día para que la mente vaya reposando y se prepare para el sueño reparador. Ni John le Carré, el responsable de la novela -1993- en que se basa la serie, ni Susanne Bier, directora danesa en horas bajas, tras haber realizado 5 o 6 buenas películas -Hermanos, Después de la boda, En un mundo mejor- consiguen que el producto esté a la altura de las buenas series que se hacen en la actualidad.

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