lunes, 22 de mayo de 2017

Cyrano de Bergerac



           Cyrano es tan bueno con la espada como hábil versificador, tan bravucón y feroz con los hombres que le retan como torpe y blando cuando cae en el amor a una mujer. Tiene un defecto, o dos, una enorme nariz sobre la que no consiente burla y se ha enamorado de su prima Roxanne. Rostand estrenó su obra en 1897 con una exitosa combinación: situarla entre 1640 y 1655, es decir en pleno periodo barroco, y de ahí los arquetipos y las estrecheces que atan a los personajes, y dar fe de la pasión que conmueve y destroza a los hombres, que es la pasión romántica. Los tres personajes principales están enamorados: Cyrano, Roxanne y Christian, pero cada uno tiene una virtud y un defecto que no casan con los sentimientos de los otros: Cyrano sabe hacer versos y recitarlos pero es feo, Roxanne es hermosa pero le halaga más la música del verso que la mirada embelesada y Christian es guapo pero inútil para encender el alma a través del oído. La naturaleza nos juega malas pasadas. Casi siempre nos enamoramos de quien no debemos. Las variables son enormes: la edad, el sexo, la distancia social o racial. Conscientes de nuestra debilidad entramos en pánico y ocultamos nuestra pasión o la farfullamos con consecuencias desastrosas. De esa flaqueza bebe la sabiduría de Rostand para construir el clásico en que se ha convertido el personaje.


         Cyrano es el personaje más rotundo de la literatura francesa, como el Hamlet del inglés o como Segismundo debería ser del español, el Quijote aparte. No es extraño que Rostand quisiese darle carne en el XVII para poner el mito a la altura de las grandes creadores. En todo caso, aparte de las florituras de la esgrima, sigue vivo, nuestra alma de enamorados dolientes se reconoce en Cyrano y sufre con él. Todo enamorado es un enfermo que no sabe que lo es y se complace en esa enfermedad que lo enloquece. Es más, cuando la vida decae en la modorra deseamos que prenda en nosotros el amor aunque sabemos que nos traerá unas cuantas horas de dicha pero multiplicará después los días de desdicha. Tan desmesurado el carácter de Cyrano como la obra de Rostand, pero la fresca versión de Carlota Pérez Reverte yAlberto Castrillo-Ferrer la contienen con versos vivos y acción mesurada. José Luis Gil hace un gran Cyrano.

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