En
el juego mediático que se ha abierto estos días para gozo de
desocupados y pesca de populistas se reparten cartas de todos los
palos. Están los corruptos, claro está. No hay tiempo histórico
que los desconozca, nada nuevo. Los seguirá habiendo pasado mañana
cuando el poder cambie de manos. Es la naturaleza humana. Hay figuras
viejas pero con hábitos nuevos: jueces que quieren hacerse un
nombre, políticos pancarteros -o autobuseros-, tertulianos que ya se
lo barruntaban o lo sabían de hace tiempo. Pero a mí me llaman la
atención dos tipos, opuestos pero que alegran el juego: los serviles
y los valientes. La del servil es una carta despreciable: aquel que
hace una carrera sirviendo a sus jefes sucesivos, ofreciéndose como
moqueta para que el jefe limpie sus zapatos embarrados. Llega muy
alto pero cuando se despeña es un espectáculo patético. Y luego
está el valiente que contra pronóstico se toma en serio su cargo y
hace política de la buena aún a riesgo de perderlo.
En el juego del
día los corruptos, los serviles y los valientes están en el mismo
campo ideológico, en el mismo partido incluso. Quien ha descubierto
las cartas ha sido la presidenta de la Comunidad de Madrid que ha
puesto en aprieto a su propio partido. Los serviles, el
fiscal anticorrupción y el
director y presidente del periódico del partido. Toda
generalización es mema: el PP es un partido corrupto. Hacerla
muestra la tosquedad de quien la hace, su cortedad mental o su estilo
rufianesco. A muchos les complace el estilo grueso, con eso también
hay que contar en el juego. No hay países o sociedades de una pieza.
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