viernes, 21 de abril de 2017

La flor que envenena nuestra cultura europea


          "Ésta es, a mi juicio, la función de la ficción. No dar noticia de unos hechos, sino dar vida a lo que, de otro modo, acabaría convertido en mero dato, en prototipo y en estadística. Por eso la novela cuenta las cosas de un modo ameno, aunque no necesariamente fácil: para que las personas, a lo largo del tiempo, la consuman y la recuerden sin pensar, como los insectos que polinizan sin saber que lo hacen". (Eduardo Mendoza: Discurso de aceptación del premio Cervantes)

         Dar vida a los hechos para que sean algo más que mero dato, es el papel que Eduardo Mendoza asigna a la ficción. Pero ¿qué ocurre cuando la ficción es presentada como hecho, una y otra vez, año tras año? Que entramos en el terreno del delirio. Don Quijote, al menos era un loco que tenía conciencia de serlo, cosa que no ocurre con ese amplio grupo de la foto (Gobierno de Cataluña en pleno firmando el compromiso de celebrar un referéndum): se desgañitan como locos y creen que están cuerdos. A casi todos nos ocurre lo mismo que a Eduardo Mendoza,
        “Yo creo ser un modelo de sensatez y creo que los demás están como una regadera, y por este motivo vivo perplejo, atemorizado y descontento de cómo va el mundo”.

         Y es que, como recuerda Maria Schraeder, directora de la reciente película Stefan Zweig: Adiós a Europa, Stefan Zweig dejó escrito en El mundo de ayer:

         “Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos, las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”.

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