lunes, 3 de abril de 2017

Palabras muertas


           Una tarde de noviembre de 1572 a Tycho Brahe, mirando al cielo, le sorprendió un cuerpo brillante que no había visto antes. Más luminoso que Venus y visible durante el día. Aquel cuerpo no debía estar allí. Según Aristételes no podía haber cambios en el cielo. Brahe hizo cálculos y vio que no podía estar en la esfera sublunar, en la alta atmósfera, así que se atrevió a pensar y, ayudado por la hipótesis copernicana, negó el sistema aristotélico que hasta entonces ordenaba el cielo. Tycho Brahe había visto una supernova, que fue visible durante unos meses, y que aún sigue en la constelación de Casiopea. Los hombres cultos aprendieron a mirar las cosas liberados del prejuicio de la autoridad, dando paso a la revolución científica y luego, como consecuencia, a la industrial, revolución en la que estamos, aunque hubo muchos que prefirieron seguir comentando los textos antiguos. Una doble cultura separó la evolución del saber desde entonces, a un lado los que buscaban conocer haciéndose preguntas sobre lo que veían, al otro quienes creían que las respuestas estaban en lo que los sabios de la antigüedad habían establecido.

           Sergio del Molino ha puesto en el aire el asunto del estancamiento y caída demográfica de lo que él llama la España vacía y otros Serranía Celtibérica o Laponia española. Julio Llamazares y Paco Cerdà han escrito también sobre ello. Los escritores e incluso los procuradores dicen estar preocupados. Sin embargo el punto de vista dominante es literario, buscan en los autores del pasado afianzar su melancolía, el contento morboso de constatar la defunción de la mitad de España. Pero no veo balances, una reflexión material sobre posibilidades y cómo rellenar ese inmenso hueco.


          Veo en esta entrevista otro reflejo. La filosofía como logomaquia, un mero amontonamiento de palabras muertas.

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