Una
tarde de noviembre de 1572 a Tycho Brahe, mirando al cielo, le
sorprendió un cuerpo brillante que no había visto antes. Más
luminoso que Venus y visible durante el día. Aquel cuerpo no debía
estar allí. Según Aristételes no podía haber cambios en el cielo.
Brahe hizo cálculos y vio que no podía estar en la esfera sublunar,
en la alta atmósfera, así que se atrevió a pensar y, ayudado por
la hipótesis copernicana, negó el sistema aristotélico que hasta
entonces ordenaba el cielo. Tycho Brahe había visto una supernova,
que fue visible durante unos meses, y que aún sigue en la
constelación de Casiopea. Los hombres cultos aprendieron a mirar
las cosas liberados del prejuicio de la autoridad, dando paso a la
revolución científica y luego, como consecuencia, a la industrial,
revolución en la que estamos, aunque hubo muchos que prefirieron
seguir comentando los textos antiguos. Una doble cultura separó la
evolución del saber desde entonces, a un lado los que buscaban
conocer haciéndose preguntas sobre lo que veían, al otro quienes
creían que las respuestas estaban en lo que los sabios de la
antigüedad habían establecido.
Sergio
del Molino ha puesto en el aire el asunto del estancamiento y caída
demográfica de lo que él llama la España vacía y otros Serranía
Celtibérica o Laponia española. Julio Llamazares y Paco Cerdà han
escrito también sobre ello. Los escritores e incluso los
procuradores dicen estar preocupados. Sin embargo el punto de vista
dominante es literario, buscan en los autores del pasado afianzar su
melancolía, el contento morboso de constatar la defunción de la
mitad de España. Pero no veo balances, una reflexión material sobre
posibilidades y cómo rellenar ese inmenso hueco.
Veo en esta entrevista otro reflejo. La filosofía como logomaquia, un
mero amontonamiento de palabras muertas.
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