martes, 4 de abril de 2017

En defensa de la intolerancia



            Ante un libro, ante cualquier libro de Slavoj Žižek cabe preguntarse, atendiendo a su objetivo de fondo, si es liberador. Tenemos en primer lugar su presentación, o su formalización como el diría, el tipo de retórica que utiliza para argumentar, si argumentar es lo suyo. Por un lado están sus chistes, las referencias a la cultura popular, sus citas de autoridad de los filósofos del pasado, Kant, Aristóteles o Hegel, al alcance de un lector cultivado, por el otro, su enrevesado código, una mezcla de marxismo y freudismo lacaniano, con una serie de abstrusos conceptos que al no definirlos con claridad y precisión, o darlos por supuestos, se convierten en puntos negros que el lector va sorteando, intentando desentrañar lo que quiere decir, buscando algún tipo de comprensión en el contexto del párrafo. Una de cal y otra de arena, pues, pero, en general, se lo pone difícil al lector, a menudo imposible, con una deliberada voluntad de incordio. Se diría que Žižek está enamorado de su estilo, un tipo de narcisismo de herencia francesa.

               Pero cuando se cree comprender algo, no está claro que sus propuestas sean liberadoras. Tiene cierta lógica su crítica de la pospolítica que practica lo que el llama el capitalismo multicultural: la tolerancia hacia las minorías, hacia los grupos separados por identidades es, en realidad, una forma de reacomodación del liberalismo, una reclasificación por medio de la cual integra la protesta y el malestar ("El multiculturalismo es un racismo que mantiene las distancias"). Parece evidente, y está en la naturaleza del capitalismo maximizar económicamente, por ejemplo, las diferencias étnicas o sexuales como “estilos de vida”, lo que, al mismo tiempo, rebaja su potencial transgresor. La alternativa sería la repolitización, el reconocimiento del otro en toda su crudeza, dar la palabra a lo que llama la parte sin parte, aquellos que como el inmigrante “no tienen sitio adecuado en la jerarquía”. “La democracia es el derecho fundamental a ser escuchado y reconocido como iguales en la discusión” (Rancière). Si así sucediese, en el acto de reconocimiento del otro, del extraño, ("El inmigrante contradicción viviente"), el sistema sería puesto gravemente en cuestión.


              Lo mismo sucede en cuanto al cambio del sujeto libre y reflexivo que alcanzaba su autonomía en el seno de la unidad familiar, durante la primera ilustración, por el actual sujeto narcisista, libre de responsabilidad y vaciado de sí mismo, en la segunda ilustración, atrapado en el sueño del otro, como el enamorado puede estar atrapado por el amor de quien lo ama: los gadgets tecnológicos, el deporte retransmitido, la serieadicción, las redes sociales. Žižek cree que ese zombi que camina por las redes como un sujeto que emerge después del trauma (Lacan) tiene una oportunidad, que está listo para renacer. ¿Cómo? El proceso liberador sería un acto individual, libre de determinaciones, liberado del contexto, convertido en acto único de carácter ético, que genera su propia norma. Un acto de intransigente reivindicación de la libertad-igualdad (Balibar). Un ideal utópico que Žižek no dice como implementar, aunque pone algún ejemplo. El elemento liberador sería un acontecimiento en lo público (la caída del muro, el 15.M, por ejemplo) y un acto transgresor en lo privado (Mary Kay. aquella profesora con una relación ilegal con su alumno de 14 años, que no cede ante los jueces o la opinión pública). El gesto convertido en acto revolucionario. Aunque no parece tener mucha fe en su propuesta: “Las muy dignas muchedumbres germano-orientales que se reunían en torno a las iglesias protestando y que heroicamente desafiaban el terror de la Stasi, se convirtieron de repente en vulgares consumidores de plátanos y de pornografía barata”.


            De lo que no hay duda, a pesar de su logomaquia, es que es un fino analista de lo que él y Byung-Chul Han denominan pospolítica, esa realidad fantasmática que el capitalismo ha creado como forma sustitutoria de la realidad. De individuos libres y reflexivos hemos devenido neuróticos obsesivos que, mediante una actividad incesante en la realidad virtual, absorbidos por las redes sociales, buscamos satisfacer nuestras necesidades simbólicas (creadas, irreales, innecesarias) con likes, firmas de apoyo, reenvíos de vídeos, enlaces y chistes, una adhesión interpasiva, en sus palabras, que nos evita el compromiso con lo real real. Nuestro compromiso virtual “nos permite satisfacer nuestra necesidad de amar al prójimo”, sin tener que molestar de verdad al borracho que duerme entre cartones o al refugiado rescatado en las islas griegas, sin tener que tocar sus pústulas con nuestra agobiante compasión (Refugees Welcome). Se comprende el furor de Žižek contra las formas posmodernas de politización, desde las políticas de identidad de las minorías étnicas, de género, de naciones oprimidas, de derechos de los gays, al rescate de nichos ecológicos,”toda esa incesante actividad de las identidades fluidas... todo eso tiene algo de profundamente inauténtico y nos remite, en definitiva, al neurótico obsesivo que o bien habla sin cesar o bien está en permanente actividad, precisamente con el propósito de asegurarse de que algo -lo que importa de verdad- no sea molestado y siga inmutable”.

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