Pero
cuando se cree comprender algo, no está claro que sus propuestas
sean liberadoras. Tiene cierta lógica su crítica de la pospolítica
que practica lo que el llama el capitalismo multicultural: la
tolerancia hacia las minorías, hacia los grupos separados por
identidades es, en realidad, una forma de reacomodación del
liberalismo, una reclasificación por medio de la cual integra la
protesta y el malestar ("El multiculturalismo es un racismo que mantiene las distancias"). Parece evidente, y está en la naturaleza del
capitalismo maximizar económicamente, por ejemplo, las diferencias
étnicas o sexuales como “estilos de vida”, lo que, al mismo
tiempo, rebaja su potencial transgresor. La alternativa sería la
repolitización, el reconocimiento del otro en toda su crudeza, dar la palabra a lo que llama la parte
sin parte, aquellos que como el inmigrante “no tienen sitio adecuado en la jerarquía”. “La democracia es el derecho fundamental a ser escuchado
y reconocido como iguales en la discusión” (Rancière). Si así
sucediese, en el acto de reconocimiento del otro, del extraño, ("El inmigrante contradicción viviente"), el
sistema sería puesto gravemente en cuestión.
Lo mismo sucede en
cuanto al cambio del sujeto libre y reflexivo que alcanzaba su
autonomía en el seno de la unidad familiar, durante la primera
ilustración, por el actual sujeto narcisista, libre de
responsabilidad y vaciado de sí mismo, en la segunda ilustración,
atrapado en el sueño del otro, como el enamorado puede estar
atrapado por el amor de quien lo ama: los gadgets tecnológicos, el
deporte retransmitido, la serieadicción, las redes sociales. Žižek
cree que ese zombi que camina por las redes como un sujeto que emerge
después del trauma (Lacan) tiene una oportunidad, que está listo
para renacer. ¿Cómo? El proceso liberador sería un acto
individual, libre de determinaciones, liberado del contexto,
convertido en acto único de carácter ético, que genera su propia
norma. Un acto de intransigente reivindicación de la
libertad-igualdad (Balibar). Un ideal utópico que Žižek no dice
como implementar, aunque pone algún ejemplo. El elemento liberador
sería un acontecimiento en lo público (la caída del muro, el 15.M, por ejemplo) y un
acto transgresor en lo privado (Mary Kay. aquella profesora con una
relación ilegal con su alumno de 14 años, que no cede ante
los jueces o la opinión pública). El gesto convertido en acto
revolucionario. Aunque no parece tener mucha fe en su propuesta: “Las
muy dignas muchedumbres germano-orientales que se reunían en torno a
las iglesias protestando y que heroicamente desafiaban el terror de
la Stasi, se convirtieron de repente en vulgares consumidores de
plátanos y de pornografía barata”.
De
lo que no hay duda, a pesar de su logomaquia, es que es un fino
analista de lo que él y Byung-Chul Han denominan pospolítica, esa
realidad fantasmática que el capitalismo ha creado como forma
sustitutoria de la realidad. De individuos libres y reflexivos hemos
devenido neuróticos obsesivos que, mediante una actividad incesante
en la realidad virtual, absorbidos por las redes sociales, buscamos
satisfacer nuestras necesidades simbólicas (creadas, irreales,
innecesarias) con likes, firmas de apoyo, reenvíos de vídeos,
enlaces y chistes, una adhesión interpasiva, en sus palabras, que
nos evita el compromiso con lo real real. Nuestro compromiso virtual
“nos permite satisfacer nuestra necesidad de amar al prójimo”,
sin tener que molestar de verdad al borracho que duerme entre
cartones o al refugiado rescatado en las islas griegas, sin tener que
tocar sus pústulas con nuestra agobiante compasión (Refugees
Welcome). Se comprende el furor de Žižek contra las formas
posmodernas de politización, desde las políticas de identidad de
las minorías étnicas, de género, de naciones oprimidas, de derechos de los gays, al rescate de nichos ecológicos,”toda esa
incesante actividad de las identidades fluidas... todo eso tiene algo
de profundamente inauténtico y nos remite, en definitiva, al
neurótico obsesivo que o bien habla sin cesar o bien está en
permanente actividad, precisamente con el propósito de asegurarse de
que algo -lo que importa de verdad- no sea molestado y siga
inmutable”.
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