“Nuestraposición política sesga incluso nuestras lecturas más científicas. Los lectores progresistas y liberales (los que compran libros políticos de esa cuerda) tienden a leer también libros de ciencia básica (física, biología, astronomía, antropología), mientras que los conservadores prefieren la ciencia aplicada (geofísica, química orgánica, medicina, criminología)”.
Nuestra
posición ante las cosas está prejuzgada por el entramado mental
heredado que, sin embargo, se va reconfigurando ante algunos
acontecimientos vitales (ser madre, por ejemplo). Somos conservadores
o progresistas, tristes o alegres, venturosos o patéticos. Nuestra
vitalidad está comprometida de antemano. Pero ¿cómo se conforman
esas ideas y sentimientos en una u otra dirección? ¿Podemos
liberarnos del yugo de la predisposición?
¿El
mundo sigue su camino o sólo existe en tanto que lo vemos?, ¿está
determinado por los límites de nuestra mente, de nuestro
pensamiento, de nuestro lenguaje? Si estamos tan inseguros sobre la
robustez de nuestras proposiciones sobre el mundo, entonces, ¿tiene
sentido empeñarse en defender una particular visión del mundo?, ¿la
pasión política, una posición política, por ejemplo?
Si
hay una determinación lingüística, social, local, psicológica de
la razón, e históricamente la ha habido, el empeño de los
filósofos (aquellos que están dominados por la pasión de saber) y
de los científicos ha sido de superarla, de pasar por encima de toda
determinación. El relativismo se niega a sí mismo.
Una
verdad no es simplemente un consenso temporal sobre un asunto: muy a
menudo la verdad que establece la ciencia ha tenido que abrirse
camino en contra del consenso de la época (Galileo, Colón). No es
que nuestro lenguaje limite nuestro mundo sino que comprobamos que no
es adecuado a lo nuevo que vamos descubriendo. Colón no tenía una
palabra para describir lo que veía (las nuevas tierras), ni siquiera
para denominar lo que estaba haciendo (descubrirlas).
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