“Lloramos por los pueblos abandonados y por ese desierto demográfico que parece irrecuperable. Pero ese desierto tan raro, tan antieuropeo, y esa conciencia del abandono que gobierna tantos salones y tantos álbumes de fotos, han hecho de España un país más tranquilo. Aunque el tópico pinte a los peninsulares como gritones, chulos, prestos a la violencia y amigos de las soluciones directas y tajantes, la historia de los últimos cuarenta años demuestra que también sabemos ser un pueblo pacífico y paciente. Incluso valiente. Un pueblo que deja las cosas reposar, que no se precipita, que ha aprendido a no matarse. Y eso quizá tenga que ver con el escarmiento del franquismo, que nos ha librado de la fiebre chovinista y patriotera, pero también con el tiempo que hemos tenido para asimilar en el sistema nervioso la pertenencia a un espacio de ficción del que venimos pero al que no podemos regresar. La España de la que proceden millones de españoles ya no existe. Puede decirse que el país se ha refundado. En muchos aspectos, el país del que nos hablan los mitos es otro país tan inverosímil y fantasioso como el de las maravillas de Alicia”. (Sergio del Molino)
Con
La España vacía de Sergio del Molino se ha producido un
equívoco. Si se han leído u oído las entrevistas que ha concedido
o si se ha asistido a alguna de las presentaciones de su libro, uno
podía pensar que el libro iba de la España despoblada, de los
problemas que aquejan a ese gran erial y acaso sobre posibles
enmiendas. Así lo han entendido también los críticos y las gentes
que intervienen vívidamente en los encuentros con el escritor. Se
palpaba en el aire, se palpa, la urgencia de una solución. Sergio
del Molino ha contribuido a que el tema esté candente, a que se
discuta sobre el. Este y otros libros sobre el asunto han hecho a que
los políticos hablen, lo tengan en cuenta, aunque no sé por cuánto
tiempo. Pero si uno lee el libro de cabo a rabo pronto se da cuenta
de que ese no era el tema que movió al autor a ponerse manos a la
obra. En realidad, La España vacía es
una investigación generacional. Sergio del Molino se pregunta de
dónde viene, quiénes y qué pensaron sus antepasados, qué idea
tenían de España, qué mitos construyeron. Su España, aquella de
donde él procede, es la del inmenso erial de la meseta. En las
primeras páginas presenta sus límites: las dos Castillas,
Extremadura, la Rioja, Aragón. Una España que abarca algo más de
la mitad de su superficie (53,12 %), un poco menor que Italia, algo
más grande que Reino Unido, pero sólo el 15,75 de la población. Su
mirada es a la vez melancólica, pesimista y desmitificadora. Hasta
cierto punto parecida a la de los grandes escritores del pasado que
creyeron ver en las soledades de Castilla una metáfora del ser de
España.
Del Molino va desmitificando esas miradas antiguas, su
indagación es literaria y por ello los textos que examina son
literarios, desde el Cid al Quijote, desde los amantes de Teruel a
Don Juan, desde el Bécquer del Moncayo al Azorín de La Mancha,
desde el Giner de los Ríos de las Misiones pedagógicas a la mirada
llena de exotismo de los viajeros extranjeros, del carlismo de donde
venía el moderno Joaquín Luqui de los Cuarenta principales al
pijoaparte de Juan Marsé. Las citas de libros y películas son
abrumadoras, a veces, con asuntos alejados del tema central. Se detiene
en una peli como Surcos,
en un libro como El disputado voto del señor Cayo, en
documentales como Las Hurdes
o en crímenes famosos como el de Fago como muletas para describir la
despoblación, la pérdida léxica, la creación de mitos o el
aburrimiento en que terminan por caer los neorrurales. Incluso cuando
habla de historia, de las guerras que ese territorio ha padecido: la
napoleónica, las carlistas, la guerra civil, habla de las ideas o
mitos que los personajes a ellas asociados manejaban para guerrear.
Su paisaje es mental, de ese paisaje reniega. Se podría decir que el
autor ha alanceado a un moro muerto. El país que examina ya no
existe o nunca fue, como señala en el subtítulo, el país del
Quijote, el del carlismo, aquel por el que se lamentaban los del 98.
Sergio
del Molino ha escrito este libro para tratar de encontrar sus propias
metáforas, para comprender a su país, unas metáforas más amables
que le alejen de la historia triste y trágica, pero metáforas al
fin. Pero el lector, yo, aunque agradecido por el libro, aunque
amable y escrito sin acritud y bien informado, se siente decepcionado
porque no ha encontrado el ensayo que esperaba. España tiene un
enorme problema con la despoblación de su interior y debería
encontrar soluciones. “Un español tiene que intervenir porque le
ha tocado un paisaje que no es un paisaje, sino un problema a
resolver”, escribe el autor, pero no se refiere al problema real de
las gentes que siguen viviendo ahí, a la despoblación, al
vaciamiento, sino a “una especie de enigma esotérico” que
crearon sus escritores. Dice el autor que su literatura trata sobre
el silencio, el silencio que habita la España interior, sin embargo,
ha poblado su libro de voces, de la cháchara que generación tras
generación de escritores superpuso a ese silencio.
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